LA VIDA ES OTRA COSA, DE JENNETTE MILLER
(por: Giovanni Di Pietro)
Acabamos de leer lo que es hasta el momento, nos parece, la única novela de Jeannette Miller, La vida es otra cosa (Alfaguara, 2006). A Jeannette Miller se le conoce como ensayista y poetisa. Es una escritora sólida. Esto, como es obvio, es más que evidente en las páginas de esta obra. No solo maneja el lenguaje y el estilo a perfección; ocurre lo mismo con la elaboración de los protagonistas, la ambientación, la trama y la dramatización.
Éstas son cosas que hay que recalcar con relación a lo que es la novelística dominicana actual, pues todos sabemos lo descuidado que los novelistas de hoy han llegado a ser. El lenguaje y el estilo sin atender, los protagonistas poco o en nada delineados, ambientación muchas veces falsificada o equivocada, la trama ilógica o absurda, la dramatización inexistente-- éste es el pan de cada día que recibimos de la gran mayoría de los novelistas dominicanos.
Por eso, es refrescante ver que en el país existen novelistas que, como Jeannette Miller, saben su asunto y pueden llevar a buen puerto una obra. Son pocos, sin duda, pero los hay. Y es este hecho lo que nos brinda aliento y nos anima a seguir leyendo novelas y a esperar cosas mejores en el futuro.
La vida es otra cosa es una novela simple y llana. La novelista no se va por las ramas. Tiene un cuento o una serie de cuentos que contar, y eso es lo que hace. Se queda felizmente en su país y trata de los asuntos de su gente. Esto es algo positivo para nosotros. Lo es porque no pocos novelistas se la pasan inventando cuentos fantásticos y exóticos y proyectándose en lugares lejanos que no conocen o conocen malamente. Todo eso en el afán de imitar a los supuestos grandes novelistas de afuera.
La máxima clásica es que el escritor se quede humildemente anclado a lo que sabe, elevando a su pequeño terruño al nivel de lo universal. Es lo que hizo Cervantes. Es lo que hacen todos los verdaderos novelistas. Vamos, pues, a contarle éste como otro logro más --e importante-- a Jeannette Miller.
Todo lo que ocurre en esta novela ocurre, en cierto sentido, de forma indirecta. La trama o la tragedia de que trata sale de los diferentes protagonistas, y éstos, con sus percances, conforman los varios capítulos de la obra. Enfatizando a los protagonistas, contando sus diferentes historias, hace que después todo converja en la gran trama de la novela y que de ahí salga los que es La vida es otra cosa.
Éste es un procedimiento novedoso, ya que rompe con el esquema tradicional de narrar y hasta añade mucho dramatismo a la trama. Somos nosotros mismos, los lectores, los que, al final, lo ponemos todo junto en lo que es la novela. Las diferentes historias de Yudelka, María, Leticia, Chino, Miguel, Lurdes, Tiburón, el padre Cuso, etc. van, poco a poco, conformando lo que será un verdadero mosaico. Lo que cuenta no son los elementos (o las historias) particulares, sino el conjunto, la gran trama, y, aún más, el producto final (o mensaje).
Que La vida es otra cosa funcione como novela válida se debe exactamente a esto. O sea: que todos esos elementos (o historias) suman a un solo elemento (o cuento), con su moraleja. Si así no fuera, esto es, si esos elementos no sumaran a un todo, la novela fracasaría. Sería aburrida, sin sentido, y una más del montón de las que se publican tan alegremente en el país.
Por eso, entendemos que, todo considerado, lo que tenemos que hacer para apreciar correctamente esta novela no es fijarnos en las historias personales de los diferentes protagonistas; más bien, entender que éstas suman a algo más allá de lo inmediato, y que en ese más allá es donde reside su verdadero valor.
Cada uno de esos protagonistas es dominicano. Lo es hasta el padre Cuso, pese a ser español de nacimiento. Cada uno tiene su personal tragedia, y la novela la relata en menor o mayor detalle. Es fácil, pues, perdernos en esas tragedias personales. La prostitución de Yudelka, los horripilantes crímenes de Tiburón, la desesperación de Chino, las riquezas mal habidas de Miguel, las ansias espirituales de Lurdes, etc. son, todas ellas, historias que nos atraen. Sin embargo, tenemos que resistirnos a que nos desvíen. Lo que importa es la trama más amplia. O sea: no son las tragedias personales de estos protagonistas a darle sentido a la novela; es la tragedia de ese país y de ese pueblo que ellos, al final, representan.
A excepción de Lurdes y del padre Cuso, los cuales se sitúan por encima del ambiente y lo trascienden, todos estos protagonistas llevan una vida hecha de penurias, abusos y desesperación. En el fondo de su corazón, durante su infancia y adolescencia, predominó la bondad. Pero la vida es otra cosa de lo que uno se imagina. La miseria, el abandono, las humillaciones diarias-- todo conspira para que cada uno de estos protagonistas, quien más quien menos, vaya cayendo en el remolino de la corrupción y el crimen. La mentira, el engaño, la violencia, las drogas se conjuran para reprimir y hasta desterrar esa bondad innata que albergaban originalmente en su corazón. A Tiburón, por ejemplo, el más malo y criminal de todos, le mataron sus padres cuando pequeño. Los guardias haitianos abusaron de él en un cuartel de la frontera. Eso hizo que terminara en el vicio y que su inicial bondad desapareciera por completo. Yudelka no conoce a su padre natural, es rechazada por su padrastro y su madre y, huyéndole a esta situación, se entrega a la prostitución. Muchos jóvenes del pueblo, desesperados por la miseria, huyen en yola a Puerto Rico. O sea: lo que al principio es promesa de vida, pronto se convierte en desgracia y muerte. Siempre.
Son éstas, pues, las historias personales. Pero estas historias suman a otra más amplia, a una tragedia más contundente. Es la tragedia de todo un país y todo un pueblo, ese país y ese pueblo que, como hemos dicho, Yudelka, Chino, María, Miguel, Tiburón, etc. representan.
El gran mérito de esta novela se encuentra en esto. La vida es otra cosa es, al final, un mosaico de lo que es, ha sido y a lo mejor será para siempre el destino dominicano. Por eso, a Jeannette Miller no le tiembla el pulso cuando tiene que poner el dedo sobre la llaga y mencionar nombres. La tragedia de Yudelka, de Chino, de Miguel, de Tiburón y hasta de Lurdes y del padre Cuso, no se encuentra en ellos mismos; más bien, se encuentra en los malos gobiernos y los malos gobernantes que este país siempre tuvo que tragarse desde su comienzo y se traga hasta el día de hoy. Nadie se echaría a la mar tempestuosa, mataría y hasta se comería sus propios paisanos, si no fuera por la desgracia de vivir en esta media isla llena de abusos, vejámenes, miseria, enfermedad, dolor, humillaciones de toda clase, etc.
De modo que podemos subrayar que lo que está detrás de La vida es otra cosa es lo que desde hace mucho tiempo les estamos reclamando a los novelistas dominicanos-- que hagan suyos los temas de la vida trágica que su gente lleva desde tiempos inmemoriales. No se trata de seguir con el can de la Era de Trujillo, ni con el otro de la montonera. Tampoco se trata de perder el tiempo describiendo prostíbulos provincianos. Aún menos de ausentarse del escenario nacional para refugiarse en Chicago o Nueva York o Madrid o Berlín o donde diablo se les antoje a esos novelistas mediocres que están de moda. Jeannette Miller toma el toro por los cuernos en esta novela. Nos hace el recuento de lo que ocurre y por qué ocurre en el país. Y es esto lo que de verdad cuenta.
El desamparo de la República Dominicana y su pueblo no tiene que ser eterno. No es un destino o una maldición, como se piensa. Existe una salida. Ésta no se encuentra en los gobiernos de turno ni en los políticos; se encuentra en esa gente que no está dispuesta a rendirse, a desesperarse, y que entiende que un futuro mejor está hecho de un cúmulo de granitos de arena, que son las buenas acciones, los buenos sentimientos, el altruismo, la dignidad frente a ese mal que todo quiere corromperlo y aniquilarlo.
De ahí, pues, los protagonistas de Lurdes y del padre Cuso. Son seres que lo dan todo, que se entregan al bienestar de los demás, y que no aceptan de ninguna manera las reglas del juego corrupto de la sociedad. Para la novelista, ésta es la única salida disponible a la República Dominicana y a su pueblo. Es, lo admitimos, el camino más arduo y más largo; sin embargo, dada la historia habida y por haber, ¿qué otra opción le queda a este desdichado país? ¿A este desventurado pueblo? O este camino, o la disolución completa de la nación.
(3/6/08)
Monday, July 28, 2008
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