Tuesday, June 25, 2013

Jeannette Miller


Por Ylonka Nacidit Perdomo 
10 de junio de 2013
Escribir sobre Jeannette Miller es como evocar una gesta, no es simplemente acudir con detalles y reminiscencias a construir la manera realista e idealista con la cual la escritora definió los epílogos de su oscilación en la vida. Sabemos que la literatura es un agregado, un abatido escenario en el cual se fallece o desfallece en el escenario del mundo.
No obstante, escribir es una forma de  desenmascarar a los cuadros de una época para advertir que la existencia es una paradoja evolutiva. Jeannette es, justamente, para nosotros una voz profética, una estruendosa y relampagueante voz que llega viva para ganar- para la causa humana- la disipación definitiva de los sueños. No es solo voz de ascensión poética donde la silueta de la miseria  espiritual se coloca en un estado de sitio, sino que es una voz que señala el sonambulismo de la prístina ingenuidad de los otros.
En la República Dominicana hubo un resurgimiento de la poesía combativa en la década del setenta; su rival era solo la poesía lírica que la aventajaba, únicamente, en la concepción y recreación de los  mitos. Decidirse –como lo hizo Miller- a colocar su oído en el alma del pueblo, y no en el melodrama de los curiosos héroes evocados por los ruiseñores y carpinteros de la mentira, fue una manera de reaccionar ante la imperante manipulación de la ideología que los mediocres tratan de imponer con una severidad espantosa.
Miller no es sólo un  nombre sonoro, una poeta vestida para la trascendencia o una célebre crítica de arte es, en definitiva para nosotros, junto a Carmen Imbert-Brugal, una de las mujeres  más importantes de la intelectualidad nacional. Ella es la raíz del tiempo con una vigorosa multitud de compromisos con los otros;  un ser humano que está frente a su historia, naciendo cada día de manera auténtica en los capítulos que se escriben sobre aquellos que esculpen “las bondades” de la civilización de occidente, como si derribaran una montaña rocosa para hallar a sus pies escombros luminosos o las señales de un siglo a través de sus hombres y mujeres.
Sabemos  que aún  Jeannette tiene grandes mundos por descubrir en la escritura y que el punto culminante de su obra no tiene término, ya que entiende que no hay mejor hazaña que escribir; escribir desdeñando las sombras que se posan sobre la memoria, ahorrar tiempo, y no dejarse envolver por la anécdota cotidiana, tener una visión de los incidentes, instantes y circunstancias que son necesarios para crecer humanamente; ver en la tragedia, en la pérdida de un ser querido una conexión con la inocencia que da a la muerte el valor de lo eterno … en fin, el estado del triunfo como ser humano a Jeannette le viene dado porque no ha vivido de espaladas a la palabra ni de espaldas a la tarea de derribar las apariencias de la vida, la especulación ensimismada de los puntos cardinales y el infatigable desconcierto de la mutación de los contrarios.
Su poemario Fórmulas para combatir el miedo (1972) es una bitácora demoledora para ensayar y llevar a escena el mundo visto, instaurado, esbozado desde las arbitrariedades de un rival común: el ser humano, que todo lo destruye, que todo lo corroe, como si fuera un capricho provocar dolor al otro.
Si la historia de la literatura dominicana requiriera de un texto explícito en sus corpus sobre las fuerzas del espíritu y los contornos de su espectro, creo que este poemario de Jeannette Miller sería en cierto modo un aluvión de soplos sobre las causas que se oponen a que las máscaras de los cínicos y de los torturadores caigan al suelo. El desarrollo de este libro es la exaltación turbulenta de la tragedia griega, porque cruzan al frente de nuestros ojos con voces corales la repulsa a esa ilegítima fatalidad del despotismo impuesto.
No es casual que la inmensa declamadora y directora de teatro Maricusa Ornes, eligiera en 1982 el poema “Apabullando el aire y las caretas” de Jeannette Miller como el epílogo emblemático para lanzar al mundo la segunda generación de su grupo de Poesía Coreada en el 1er Festival Internacional de las Artes en el Centro las Artes de Puerto Rico, un espectáculo de verso, luz y movimiento basado en poemas de República Dominicana y de Puerto Rico, bajo la dirección de Ornes y música original del maestro puertorriqueño Héctor Campos Parsi, que colocó al grupo en la cima de su arte, porque la “conjunción de elementos teatrales (luces, vestuario, movimientos, gestos) en su debida proporción y perfecto balance con la palabra que transmite el drama de cada poema”, que vendría a Santo Domingo en gira para ofrecer un espectáculo estremecedor donde la voz profética de Jeannette Miller resurgía exaltada con su verso “apabullando el aire y las caretas”.
Sin embargo, la mirada esencial, desde la otredad, a ese mundo de máscaras que denuncia Jeannette, y que subraya, reflexionando sobre las interrupciones que tiene el viaje de la vida en su más reciente libro de poemas Polvo eres (2013), la encontramos describa con un desgarro alucinante en una carta-poema profética y estremecedora que la escritora Hilma Contreras le escribió el 4 de agosto de 1973, hace cuarenta años, a raíz de leer el poema de Jeannette titulado “Referencias para un drama”, un poema total, de resonancia universal,  publicado en agosto de 1973, por la autora en el periódico El Caribe.
La carta-poema de Hilma a Jeannette, que no envió  a su destinataria, permaneció inédita hasta el año 2002, cuando autoricé su publicación al historiador Orlando Inoa, editor de  la revistaXinesquema, y ahora es mi deber volver a revelarla y darla a la luz pública, una vez más, porque la misma sintetiza la grandeza literaria y la grandeza humana de Jeannette Miller.
Mi eco a un poema. Por Hilma Contreras

He querido  llamarte desde mi oficina sonora/ de aire acondicionado, un sábado de lento hastío/ en que tu poesía me ha emocionado hasta/ arrancarme a la muerte diaria.
He querido decirte que eres  mi hermana,/  que en mi admiración por tu juventud madura/ rejuvenezco yo rumiando mis remotos días/  de retama luminiscente sin dejar este presente adolorido/  de tantas horas muertas inútilmente  afanosas por nada,/  sí por nada, porque vivir en constante  ajetreo ajeno/  me llena la vida de vacío y de fúnebres tañidos,/  agonía sin tiempo viniendo desde mi silencio prenato/  a ese otro silencio profundo que me espera,/  ¿paz tal vez? ¿Olvido de tanto vivir asesinado?
Jeannette Miller, mi historia tiene un comienzo/  que empuño zozobrante, que no se pierda, que no se esfume, /  que continúe cantando entre lágrimas y sol dentro de mí/  hasta culminar en mi hermoso canto de cisne. /  De lo contrario me hundiré en el movedizo pantano/  de palabras sucias y sangre profanada de este sórdido mundo.
De un manotazo limpié mi mesa de su deprimente trabajo/  oficinesco para leerte, Jeannette, para sentir una vez más/  mi admiración por tu desgarrado talento y oírme vibrar/  interiormente de emoción, de alegría y tristeza. /  Gracias Jeannette.
Santo Domingo, 4 de agosto, 1973.
Referencias Para un Drama. Por Jeannette Miller
-1-
Esta mi patria loca, / de soles apergaminados/ y sombreros enormes que sostienen el calor y la lluvia.
Esta patria de casas sonrientes, / de caminos de árboles, / de trillos oscuros a mitad de mañana/ donde la humedad permanece indiferente./ Los ojos han comenzado a doblar temprano,/ han caído en charcos de pétalos marchitos,/ en el polvo de techos escondidos/ aguantando cilindros,/ la carga de este viento silbante que marca las horas./ Desconocidos ríos encienden la pradera,  pinos felices/ y framboyán amargo, / asesinados por el sueño y la distancia. / Comida por el odio, / por el peso del metal innecesario, / hoyada de dolor reparte el cielo, / su llanto de pez  aletargado. / Este carro  de horror, sin aspavientos, / esta introducción al ávido vivir morirá mañana, / es ella, / la sabida, / mi patria triste y loca/ fabricando su llanto.
-2-
El hombre gris penetra la mañana sin sonrisas/ con su redonda cabeza de metal/ y su vestido de noche nueva. / Encima de un potro crujiente desembocó del humo, / vino de las montañas a conocer el mundo, / la ciudad de letreros brillantes, / la música mecánica, / las casas con jardines y largas avenidas. / El hombre gris vive pensando en los cuerpos que no pueden asirse.
Comenzó muy temprano. / Antes de salir el alba ya había recogido corazones, / zapatos con dueño, / pulseras de oro, / dientes como el polvo. / Ahora, / con su cara de odio y de dolor/ sigue oyendo el llanto de las madres desoladas, / recordando esa muerte que no es suya. /  Odiado por  los hombres, / por los hijos sin padre, / por las palabras diarias, / el hombre gris/ embiste cada día aguardando la muerte.
-3-
Hoy no es un sábado cualquiera, / casi no puedo distinguir mi imagen en el vidrio. / Los limosneros en bandada, / como batallones fieros acosan transeúntes. / Camino como cuerda loca, / mujer en esta multitud que no es multitud. / Organizo mi tiempo/ sin poder distinguir las desfiguradas flores de polyester. / El calor es un carajo pegajoso, / insistente como la vida. / Trato de hacerlo todo rápido, / correr las calles, / llegar al banco, / meter el grito de abstinencia que son mis ahorros esporádicos, / espaciados entre dolor y dolor, / entre sol y sol, / entre no comer o no vestir tal cosa. / La frente ya se me devuelve partida por el tiempo. / Mantengo mi gesto de batalla. / Que no me hablen. / Que ni me miren. / Que no me reconozcan. / Las imágenes fijas, / increíbles en un día de polvo y sol como otros tantos/ se agolpan como recortes sórdidos. /  HATO MAYOR-ANTI ACNE/ ZARIGUEYAS-SANGRE/ NUBES-CAFÉ/COSMOPOLITAN-MUERTE/ PELUQUERIA-IROSINDE/ CALIFICACIONES-ESTREÑIMIENTO./ Y me empuja una mujerzota agria/ que probablemente paga el agua por las latas. / Le tiro una mirada matadora/ y me sorprendo. / Entonces calibro el olor que la circunda, / su agrio perfume de continua abstinencia. / La huelo. / La veo. / Racionada en el baño, / racionada en la expresión, / racionada en el amor…/ Pero quizás a ella no le preocupe el amor. / A mí tampoco.
-4-
Del lado de la sombra se sientan los fruteros, / los que venden periódicos, / paleteros, / y alguno que otro hombre/ con los dedos cuarteados de caminar pidiendo. / Del lado de la sombra me decido, / oculto mis recuerdos, / el pasado en que sólo veía/ hoy, / firme, / brillante, / lleno de sorpresas que han resultado mierda. / Este temor a los rincones de la ciudad/ que ya resultan estrecho de tanto vicio.  Me canso de cansarme, / de creer que todavía vale la pena/ voltear la cara o la sonrisa hacia la vida. / Me canso de los saludos fríos, / de las esquelas mortuorias, /  esos cuencos sorpresivos que me tocan son derecho al llanto. / De lado de la sombra me sitúo/ sin oídos, / ni alegría, no ojos, / esperando mi definitivo tiempo.
-5-
Ahora que “invierno” es producto del delirio, /  me asomo al balcón/ y veo viejos venerables desfilar/ tras revistas pornográficas. / Vuelvo presurosa la vista/ y ordeno algunos nombres que no quiero nombrar, / como un recurso contra los atardeceres, / amigos ocupados me empujan a tener que escribir/ esto. / Ahora, / decidida, / casi treinta años y una constante búsqueda de muerte, / prefiero diluirme en el humo mañanero/ y escapar de la sucia realidad que veo.
-6-
El hombre que conozco/ camina cada día debajo de un saco que pierde los colores, / tiene el cuello limpio y diluido, / sentado en el medio de un “morris” resistente/ paga sus 15 ó 20 de manera tranquila, / mientras con disimulo/ seca el sudor en sus dedos cruzados.
-7-
A la hora de las dos, / cuando el sol deposita en troneras de silencio/ su paso de cenizas. / Aquí, / mezo mi corazón/ entre las copas casi raquíticas de los framboyanes. / De paseo por esta cuadra conocida, / donde tanta existencia se fue acumulando sin apercibirnos, / oigo la voz del  líder/ interrumpida por un fonógrafo inocente. / Mi cabeza es un nido de cielo y silencio. / Las  gaviotas ausentes/ se esconden en los ahumados parpadeos/ de este día con horas. / Cada historia necesita un comienzo. Que sea éste… http://www.acento.com.do/index.php/blog/9548/78/Jeannette-Miller.html
El Caribe. Santo Domingo,1973.

Monday, May 6, 2013

Prólogo a Polvo eres de Jeannette Miller


 Por José Alcántara Almánzar


La poesía fue, desde sus inicios como escritora, la preocupación fundamental de Jeannette Miller, y sigue siéndolo en una etapa de madurez intelectual y creadora en la que su quehacer se ha vigorizado notablemente con importantes aportes en el ensayo, la historia y la crítica de artes visuales, la novela y el cuento, para completar de este modo un oficio que asumió siendo todavía muy joven, con algunos de los libros que hoy podemos considerar fundamentales en la llamada Generación del 60: El viaje (1967) y Fórmulas para combatir el miedo (1972).
Cuando este pequeño libro fue publicado, ya habían transcurrido varios años desde el final de la Guerra de Abril, pero los poetas denominados de post-guerra se encontraban aún inmersos en la publicación de versos que lindaban con la ideología: todo un arsenal de expresiones irreverentes con el que pretendían conjurar el amargo sabor que les provocaba el recuerdo de la fallida insurrección. En términos formales, fueron pocos los que sobrevivieron a esa experiencia, ahogados en las consignas de la protesta y el cuestionamiento político.
En el caso de Jeannette Miller, la búsqueda formal nunca se supeditó a los contenidos de una poesía que siempre ha sido muy personal en sus temas y procedimientos verbales, pues más que la simple catarsis, el simple desahogo de una mujer que supo construirse un lenguaje propio que, lejos de la pauta trazada por el descontento de una generación que había visto desplomarse sus ideales luego de varios meses de lucha en la ciudad intramuros, buscaba instrumentar, a través de la palabra, los desgarramientos interiores surgidos de la soledad, el desamparo y, sobre todo, la inconformidad con un medio atroz.
Es por eso que, con la agudeza que le era característica, Héctor Incháustegui Cabral, al pronunciar unas palabras de presentación de Fórmulas para combatir el miedo en la Universidad Católica Madre y Maestra, se preguntara: «¿Jeannette Miller es poeta o poetisa?». Y a seguidas respondería: «Es poeta. Fórmulas para combatir el miedo, donde reúne poemas escritos del 62 al 70 lo demuestra. Quien vaya a la hermosa colección buscando sentimentalismos corrientes y molientes, actitudes que un muchacho entre los 16 y los 20 años llamaría pequeño burguesas, se va a llevar un gran fiasco, porque la obra gira en torno y se adentra en cuestiones fundamentales, desde el miedo que saca su cabeza amarilla en el título y en el pórtico, hasta el Domingo con que cierra el libro, donde estar en el mundo, amar y morir es una sola situación condicionada por la ausencia de conocimiento».[1]
Con este auspicioso comienzo, Jeannette Miller siguió escribiendo poesía, aunque su curiosidad intelectual y el hecho de trabajar bajo la dirección de doña María Ugarte en el suplemento sabatino del antiguo diario El Caribe, muy pronto la llevó a ocuparse de la plástica dominicana, con una profundidad y una mirada tan incisiva y certera, que sus artículos se convirtieron en puntos de referencia obligada para los artistas visuales y la crítica nacional, dejando relegado aquel torrente verbal que empezó a correr de manera subterránea en su obra, sin extinguirse nunca, con sólidas reapariciones que la colocaron en un lugar de primer orden entre las mujeres poetas de su generación.
No por casualidad Manuel Rueda, en su «Retrato de Jeannette Miller» contenido en el libro de Jeannette Miller titulado Fichas de identidad/Estadías (1985), escribió:
«Una cosa es cierta: Jeannette Miller, a la vez que se autoanaliza, desea involucrar con ello a la sociedad en que vive. Más que luchar por cambiar las costumbres (por supuesto, bien que lo desearía) ella lucha por el conocimiento, porque las gentes se conozcan a sí mismas y sepan que debajo de cada ángel de la guarda hay un demonio programando sus acciones […] El libro de Jeannette Miller es una experiencia eminentemente personal, anti-poética y anti-prosística, ya que parece escrito con el propósito de que no se la encasille, casi al correr de la pluma, como si con una mirada atrás pudiera sobrevenirle la destrucción».[2]
Rueda, que rara vez erraba el blanco, apuntaba dos atributos que no debemos perder de vista en la poesía de Jeannette Miller: «anti-poética» y «anti-prosística». A la autora nunca le ha interesado el mero hecho estético per se, la elaboración de un universo verbal impoluto donde las metáforas se sucedan unas a otras, ingrávidas y hermosas, sino impactar a sus lectores con palabras descarnadas, antipoéticas incluso, haciendo honor a una tradición de la poesía dominicana que nace con el postumismo y se afianza con los Poetas Independientes.
Es por eso que, al establecer un balance de los poetas dominicanos de la década de 1960, el recordado poeta y ensayista chileno Alberto Baeza Flores, que estudió toda la poesía dominicana en numerosos volúmenes llenos de aciertos, pero sobre todo de amor por nuestras letras, afirmara que:
«En la poesía de Jeannette Miller hay una marea de angustia vital que también es angustia amorosa. […] Jeannette Miller representa la angustia existencial que abarca temas y registros de su testimonio humano del vivir.»[3]
Ahora, después de haber recibido numerosos premios en didáctica, ensayo y narrativa, e incluso el Premio Nacional de Literatura por su obra conjunta –siendo la tercera mujer que lo obtiene en nuestro país–, Jeannette Miller publica en la Colección del Banco Central de la República Dominicana, el libro Polvo eres, que  leí en septiembre de 2012, en medio de la tranquilidad de una mañana dominical. Lo hice en la grata compañía de libros amados, esos silenciosos testigos de mi satisfacción al leer los textos originales de esta breve obra, sin que pudiera desprenderme de sus quemantes páginas, pobladas de signos elocuentes de un sentir y un decir depurados, con los que la autora alcanza la plenitud creadora y la madurez existencial que no reniegan del ardor juvenil, la rebeldía, la ternura y la capacidad para indignarse, rasgos de su obra poética anterior.
Polvo eres –libro que también tuvo lecturas de otras tres mujeres poetas antes de su aprobación por el Comité de Publicaciones del Banco Central, y que pudieron hacer libremente sus observaciones a la autora–, revela, a mi entender,  cuánto ha alcanzado Jeannette Miller a fuerza de talento y constancia, y la primera impresión que me produjo es que se trata de una retrospectiva temática y formal. Retorna la voz inconformista, vibrante, crítica de sí misma y de su entorno. Una mujer que avanza sin pausa, «con los ojos abiertos», igual que el título de un libro de entrevistas a Marguerite Yourcenar, su mirada fija en el entorno circundante, quien no evade las miserias humanas con las que tropieza a cada paso. Una presencia solitaria que conjura con palabras la tristeza y la amargura.
En la parte subtitulada «Cotidiano» advertí una sensualidad descarnada que se expresa a través de los sentidos (olores, sonidos, miradas, roces); una imperiosa necesidad del otro que escapa al contacto y a la vida compartida. Canto al amor imposible, una elegía a la otredad inasible que recuerda aquellos punzantes versos de Lezama Lima: «Ah, que tu escapes cuando habías alcanzado tu definición mejor».
«Platónicos» nos sumerge en un mar de imágenes sobre el amor imposible. Son poemas encadenados unos a otros, en los que las palabras se convierten en instrumentos del amor, el vértigo carnal, un modo de construirlo y recrearlo desde una sensualidad femenina poblada de ternura. Son, por así decirlo, mensajes cifrados al amante que se desea retener a golpe de conjuros, expresiones de un sentir lleno de inalcanzables búsquedas, un decir que cala muy hondo y se multiplica en imágenes de luz.
La parte subtitulada «Personales» es la quintaesencia de la intimidad a través de una serie de poemas a los seres amados. Son poemas diáfanos, desgarraduras del alma, insinuación de los temores, inmensa alegría por los frutos del amor y la compañía, o el recuerdo de presencias tutelares que siguen acompañándola en el difícil tránsito por la vida, con sus ejemplos, sus enseñanzas y su misterio; o el intento de recuperación del primer hijo, de figuras paradigmáticas a quienes reserva el afectuoso recuerdo de las palabras; en fin, retratos dolientes para exorcizar el olvido.
«Polvo eres», pese a su brevedad es una densa reflexión sobre la muerte, en poemas cortos que golpean la sensibilidad del lector: la muerte, no como palabra hueca, sino como realidad inexorable y próxima. Y «Testigo de luz», más que religiosa, es poesía de una honda espiritualidad, que es rasgo de su obra de madurez: búsqueda de las esencias del ser a través del portento de la Creación: pecado y redención.
Con este libro, Jeannette Miller se coloca en un lugar especial entre nuestros poetas, para quienes la referencia bíblica conduce a la reflexión sobre las iniquidades humanas y las miserias sociales. Pienso en el Incháustegui Cabral de Polvo que se va y que no vuelve (1946) y Las ínsulas extrañas (1952), pero también en el Freddy Gatón Arce de «Letanía» y Adoración de la Virgen (1961), y en el Máximo Avilés Blonda de Los profetas (1977) y Viacrucis (1983), a los que ahora ella se une con Polvo eres, un libro que considero indispensable en su bibliografía y en la poesía dominicana contemporánea.
De Jeannette Miller y su obra se puede decir lo que escribió Octavio Paz: «Mi casa fueron mis palabras, mi tumba el aire».

José Alcántara Almánzar




[1]  Escritores y artistas dominicanos. Ediciones de la UCMM, Santo Domingo, impreso en Editora del Caribe, C. por A., 1979, p. 215216.
[2]  Santo Domingo, Biblioteca Taller No. 199, 1985, p. 10.
[3]  Los poetas dominicanos del 1965. Una generación importante y distinta. Santo Domingo, colección Orfeo. Biblioteca Nacional, 1985, pp. 265 y 380.

Monday, April 1, 2013

Los ángeles son propicios a las cuatro


Poema de Jeannette Miller 

1.-
Aquí
de vuelta,
la luz es esta cosa grande pegándose a los ojos,
a la piel, a los poros pequeños, entreabiertos.
Innumerables láminas dividen el espacio
situándolo entre árboles, o casas, o edificios huesudos.
Desde el alarido,
punto de partida del inmenso viaje,
todo se divide,
el terror, las caricias, el pan,
las necesidades.
Las junglas se sol entremezcladas de hombres
calientan hacia el centro del día,
los pitos detenidos  en este tiempo largo
entre hojas revoloteadoras como llanto antiguo.
El caer de la tarde es tormenta,
como si todo se despegara de pronto y nos odiara,
como si el brillo sostenido hubiera sido terror,
mentira,
muerte.
Un viento indiferente golpeando las hojas,
la capota del cielo,
los techos tan visibles como un segundo pavimento.
El túnel oscuro de a ciudad
Abajo,
la noche arriba,
pestañando,
despertando.

2.-
La ciudad se abre antes de la noche en una sucia bocanada.
Depués de haber comido,
después del balanceo en la penumbra de lagartos y hongos
recorro los hoyos familiares,
las calles vomitadas en el muelle,
el olor golpeante del asfalto podrido.
La sal es un resguardo,
inmuniza la boca, 
el tórax,
las membranas, 
de este cielo profundo sin gaviotas.
En esos muros de cal y piedras viejas,
de dolorosos relieves transparentes,
donde mis voces anteriores rieron,
donde viví feliz entre arboleadas y estatuas
y plazas pequeñas redondas como el tiempo,
en esos muros me sostengo.
Sacudo las palabras,
las distribuyo entre grutas y murciélagos,
entre mi pobre y débil mente, y los rosarios fuertes en el cuello,
entre este piso frío, obligatorio,
y el viento de la tarde subiendo a las noches del silencio.

3.-
Esos niños en cornisas y frisos,
de locas cabezas cercenadas,
con las alas enterradas en alguna playa solitaria,
sin troncos, ni piedras, ni caracoles musicales,
esos niños que sonríen con las piernas o con el hueco que dejó su risa 
son propicios a las cuatro.
Después, con el sol todavía en el centro
paso,
coloco la vieja mecedora debajo del pasillo,
y oyendo los pájaros debajo del cuadro azul y blanco
me pongo a hacer creer que escucho o converso.
Inexorablemente vuelo entre columnas frías y altos monumentos
distribuidos elegantemente sobre pedazos de yerba recortada.
Puedo mirar mi alma revoloteando en ese parque,
escogiendo lugares allí,
donde las flores son excusa y la reina escogía sus amantes,
donde mataron a Enmanuel, un dulce niño asmático,
entre hojas doradas y arboledas.
Corro a la gran ciudad, a los marcos, a la vida inesperada, paralela,
a los largos salones silenciosos,
a los ruidos arrastrados,
a los fogonazos duros del asfalto
entre pozos y cáscaras y leche agria.
Corro de nuevo a la gran ciudad para leer el periódico por última vez.
Cayendo,
la penumbra y los mosquitos me llevan de nuevo hacia el portal
roído.
Primero las vigas soportantes,
el olor balsámico del tiempo anocheciente,
mis pasos arrastrando el último beso,
los escalones,
y  regreso a la calle,
a su ancha boca negra,
a la fachada colonial y triste de la esquina derecha,
a las piedras horadadas por la lluvia,
a mi lento taconeo deambulante,
pesaroso,
por la ausencia del sol en este tiempo de trópico acabado.

Del libro Fórmulas para combatir el miedo. (1972)


Friday, February 15, 2013

Ese extraordinario artista que se llama Domingo Liz.




Por Jeannette Miller
In memorian

“…todo mi cuerpo, toda mi memoria contenidos por el río que corre en el Ozama…”
 José Mármol

Si miramos de forma panorámica el desarrollo del arte dominicano, podemos afirmar que Domingo Liz (Santo Domingo, 1931) es uno de los artistas más completos. Pintor, escultor, dibujante, profesor de la Escuela Nacional de Bellas Artes por más de cuatro décadas, en todos los renglones en que ha incursionado, Liz ha llevado a cabo una labor cimera creando lenguajes nuevos que han sido punto de partida para los artistas posteriores a él.

Manolo Pascual, José Gausachs, Hernández Ortega  y  Jaime Colson fueron quizás los maestros que más aportaron a su formación; una formación que en vez de atarlo a fórmulas y recursos aprendidos, soltó marras y fue capaz de edificar sus propios modos.

Declaradamente citadino, defensor de un arte que  propone que sólo a través de lo local se puede llegar a lo universal, Domingo Liz ha dedicado su vida a edificar un lenguaje que pueda referir al hombre y a la naturaleza dominicanos, sin dejar de lado el habitat, que en su producción pictórica y dibujística alcanza niveles iconográficos.

A lo largo de una carrera que prácticamente inicia a los 15 años, cuando ingresa a la Escuela Nacional de Bellas Artes en 1946, Liz ha merecido importantes distinciones, desde los premios estudiantiles de una  academia que contaba con grandes artistas como profesores,  hasta galardones en las bienales nacionales y en el Concurso de Arte E. León Jimenes. Sin lugar a dudas, el más alto reconocimiento  a  su obra, fue el Primer Premio de Escultura del Salón Esso para Artista Jóvenes (1964) en Wáshington,  lo que conllevó su participación en la posterior muestra itinerante junto a Fernando de Zsyzslo, Guillermo Trujillo y  Fernando Botero, entre otros. Pero a Domingo Liz esos logros no se le subieron a la cabeza. Permaneció en Santo Domingo dibujando, esculpiendo, dando clases; seguro de que sólo trabajando su entorno lograría un lenguaje propio y  trascendente. Y así fue.

En escultura, un equilibrio matemático sostuvo sus propuestas verticales o circulares que actuaron como ejes de su visión tridimensional. Vaciados en cemento ( Monumento a los Héroes de Constanza; Maimón y Estero Hondo, La Feria, 1966 ), metales (Zoo 1, Parque Zoológico Nacional, 1975) ocuparon espacios públicos de la ciudad presentando soluciones sumamente personales en la interpretación de los temas.

Al mismo tiempo realizaba sus “orígenes”, formas orgánicas creadas a base de concavidades y redondeces que él lograba superponiendo finas capas de madera, lo que demostraba su gran dominio del medio escultórico. Extensión y movimiento,  verticalidad y penetración,  marcaban volumetrías que referían a  las leyes de sobrevivencia.  Estas esculturas, tratadas como esencia y punto de partida de lo viviente, ganaron un lugar importante en la conformación del universo artístico dominicano.

Su pintura, inicialmente figurativa, fue caminando desde la identidad tricolor
- blanco, azul y rojo - hacia nebulosas tonales creadas por manchas rosadas, azules, amarillas, grises… que ocupaban superficies donde la figura del hombre estaba presente, pero no evidente. El manejo abstracto de un entorno  
donde el polvo, la lluvia, el viento y los desechos de la vida citadina formaban un magma que lo contenía todo, trascendía al abordamiento de temas esenciales como la guerra, la sexualidad, los poderes políticos y religiosos, y cómo impactaban en el hombre del nuevo milenio.
 
Pero fueron sus dibujos realizados sobre papel, con tinta, aguadas,  creyones y difuminaciones,  los que, casi desde los inicios del artista,  han venido registrando la vida citadina desde la perspectiva Este del río Ozama: cauce de agua que, como la vida, nunca permanece igual;  motivo de asentamiento de la ciudad de Santo Domingo y sus alrededores.

Todos los dibujos de Domingo Liz deberían llamarse Papeles del Ozama, porque nadie como él ha hecho del río y sus efectos un motivo tan completo y conmovedor de las condiciones de vida  de una parte clave de nuestra ciudad. Registros e interpretaciones de situaciones humanas y habitacionales, manifestaciones culturales y sociales que nunca alcanzaríamos a imaginar, han sido descubiertos por la grafía cuidadosa y maestra de Domingo Liz, quien define, desde los apuntes iniciales,  los  personajes del barrio donde él habita.
  
Primero fueron los niños, como si su mirada llena de misericordia pudiera, al atraparlos en el papel, sacarlos de una existencia sin futuro. Niñas agigantadas  que se tapaban la boca con manos diminutas  ocuparon las superficies de sus dibujos con vestidos estampados por viviendas, techos, trillos que morían en el río y formaban una especie de tejido, de red, de diseño basado en el habitat marginal. Los varones jugaban con la bola o montaban bicicletas recicladas, y estos elementos construían un lenguaje soportado por blanco, azul y rojo, que identificaba  al artista y al país.

Luego, las imágenes crecieron y los papeles respetaron los espacios para destacar unos rostros enormes de ojos tristes, donde resaltaba una boca silente y empequeñecida, simbolizando la incapacidad de “hablar”. Los colores se volvieron grises, rosas o algún toque amarillo, confirmando que Domingo Liz era capaz de iluminar con sólo un gesto de color el punto preciso de sus dibujos.

Más tarde, atomización de un entorno caótico, cabezas con mitras, falos  que se confundían con bombas y balas estructuraron un mundo de denuncia, sumamente actual, que definitivamente selló  su estilo.

Postcubista, naif, abstracto; nexos con Klee o con Botero; muchas han sido las interpretaciones y denominaciones para un lenguaje personal que, en constante cambio, se ha convertido en obligado referente de los asentamientos  marginales y de un drama social que no logra salida.

Viendo la evolución y el alcance de su obra  podemos afirmar que, si durante los años cuarenta y cincuenta el dibujo dominicano trabajó dos grandes tendencias: una encabezada por José Gausachs, que abría hacia la libertad abstracta para dar una versión mágica de la negritud, y otra por Jaime Colson, quien estableció un rigor académico que partía de los cánones grecolatinos para captar lo dominicano en lo racial y social; a partir de los sesenta, Domingo Liz  supo ampliar estas propuestas, proponiendo un modelo de lo dominicano a través de lo social-urbano-marginal, a lo que agregó el entorno habitacional  y una visión lírica de la escasez,  valiéndose de los recursos del cubismo y del abstraccionismo, lo que le ha permitido lograr una iconografía  distinta, actual y contemporánea que ha marcado muchos de los mejores caminos del dibujo dominicano posterior a él.

Filósofo de preocupaciones profundas. Heráclito criollo. Teórico y profeta.  Domingo Liz es un gran maestro y un lúcido testigo de su tiempo, de un tiempo donde su ojo implacable, pero también lleno de ternura, permite a sus manos construir un universo que proyecta su visión del mundo.

Al igual que los primeros profetas, Liz ha recibido el don de poder descubrir la luz en medio de una oscuridad cada vez más aniquilante, en la que, sin embargo, el artista ha sabido encontrar vertientes de dicha.

Domingo Liz ha transcurrido como el río, metamorfoseando sus visiones del mundo, de la vida y de las gentes en un permanente camino hacia lo desconocido; y de esa manera, esencialmente auténtica, ha conseguido una obra extraordinaria, que lo ubica como uno de los nombres principales en la historia del arte dominicano.

Santo Domingo, 2004






























Tuesday, February 12, 2013

Wednesday, February 6, 2013

Adviento


Por Jeannette Miller


Esta necesidad de ti.
Este esperarte con el corazón poblado de semillas.
Este ser una contigo.
Este amor que florece con la luz.
Con la seguridad de tu presencia.
Con tu auxilio que no pasa.
Con la verdad encontrada a cada trecho.
Asida a mis hermanos.
Siendo todos contigo.
Este dejarme ir descansando en tus brazos.
Colmada de amor.
De agradecimiento.
De paz…
Unida a tu esencia.