Monday, May 6, 2013

Prólogo a Polvo eres de Jeannette Miller


 Por José Alcántara Almánzar


La poesía fue, desde sus inicios como escritora, la preocupación fundamental de Jeannette Miller, y sigue siéndolo en una etapa de madurez intelectual y creadora en la que su quehacer se ha vigorizado notablemente con importantes aportes en el ensayo, la historia y la crítica de artes visuales, la novela y el cuento, para completar de este modo un oficio que asumió siendo todavía muy joven, con algunos de los libros que hoy podemos considerar fundamentales en la llamada Generación del 60: El viaje (1967) y Fórmulas para combatir el miedo (1972).
Cuando este pequeño libro fue publicado, ya habían transcurrido varios años desde el final de la Guerra de Abril, pero los poetas denominados de post-guerra se encontraban aún inmersos en la publicación de versos que lindaban con la ideología: todo un arsenal de expresiones irreverentes con el que pretendían conjurar el amargo sabor que les provocaba el recuerdo de la fallida insurrección. En términos formales, fueron pocos los que sobrevivieron a esa experiencia, ahogados en las consignas de la protesta y el cuestionamiento político.
En el caso de Jeannette Miller, la búsqueda formal nunca se supeditó a los contenidos de una poesía que siempre ha sido muy personal en sus temas y procedimientos verbales, pues más que la simple catarsis, el simple desahogo de una mujer que supo construirse un lenguaje propio que, lejos de la pauta trazada por el descontento de una generación que había visto desplomarse sus ideales luego de varios meses de lucha en la ciudad intramuros, buscaba instrumentar, a través de la palabra, los desgarramientos interiores surgidos de la soledad, el desamparo y, sobre todo, la inconformidad con un medio atroz.
Es por eso que, con la agudeza que le era característica, Héctor Incháustegui Cabral, al pronunciar unas palabras de presentación de Fórmulas para combatir el miedo en la Universidad Católica Madre y Maestra, se preguntara: «¿Jeannette Miller es poeta o poetisa?». Y a seguidas respondería: «Es poeta. Fórmulas para combatir el miedo, donde reúne poemas escritos del 62 al 70 lo demuestra. Quien vaya a la hermosa colección buscando sentimentalismos corrientes y molientes, actitudes que un muchacho entre los 16 y los 20 años llamaría pequeño burguesas, se va a llevar un gran fiasco, porque la obra gira en torno y se adentra en cuestiones fundamentales, desde el miedo que saca su cabeza amarilla en el título y en el pórtico, hasta el Domingo con que cierra el libro, donde estar en el mundo, amar y morir es una sola situación condicionada por la ausencia de conocimiento».[1]
Con este auspicioso comienzo, Jeannette Miller siguió escribiendo poesía, aunque su curiosidad intelectual y el hecho de trabajar bajo la dirección de doña María Ugarte en el suplemento sabatino del antiguo diario El Caribe, muy pronto la llevó a ocuparse de la plástica dominicana, con una profundidad y una mirada tan incisiva y certera, que sus artículos se convirtieron en puntos de referencia obligada para los artistas visuales y la crítica nacional, dejando relegado aquel torrente verbal que empezó a correr de manera subterránea en su obra, sin extinguirse nunca, con sólidas reapariciones que la colocaron en un lugar de primer orden entre las mujeres poetas de su generación.
No por casualidad Manuel Rueda, en su «Retrato de Jeannette Miller» contenido en el libro de Jeannette Miller titulado Fichas de identidad/Estadías (1985), escribió:
«Una cosa es cierta: Jeannette Miller, a la vez que se autoanaliza, desea involucrar con ello a la sociedad en que vive. Más que luchar por cambiar las costumbres (por supuesto, bien que lo desearía) ella lucha por el conocimiento, porque las gentes se conozcan a sí mismas y sepan que debajo de cada ángel de la guarda hay un demonio programando sus acciones […] El libro de Jeannette Miller es una experiencia eminentemente personal, anti-poética y anti-prosística, ya que parece escrito con el propósito de que no se la encasille, casi al correr de la pluma, como si con una mirada atrás pudiera sobrevenirle la destrucción».[2]
Rueda, que rara vez erraba el blanco, apuntaba dos atributos que no debemos perder de vista en la poesía de Jeannette Miller: «anti-poética» y «anti-prosística». A la autora nunca le ha interesado el mero hecho estético per se, la elaboración de un universo verbal impoluto donde las metáforas se sucedan unas a otras, ingrávidas y hermosas, sino impactar a sus lectores con palabras descarnadas, antipoéticas incluso, haciendo honor a una tradición de la poesía dominicana que nace con el postumismo y se afianza con los Poetas Independientes.
Es por eso que, al establecer un balance de los poetas dominicanos de la década de 1960, el recordado poeta y ensayista chileno Alberto Baeza Flores, que estudió toda la poesía dominicana en numerosos volúmenes llenos de aciertos, pero sobre todo de amor por nuestras letras, afirmara que:
«En la poesía de Jeannette Miller hay una marea de angustia vital que también es angustia amorosa. […] Jeannette Miller representa la angustia existencial que abarca temas y registros de su testimonio humano del vivir.»[3]
Ahora, después de haber recibido numerosos premios en didáctica, ensayo y narrativa, e incluso el Premio Nacional de Literatura por su obra conjunta –siendo la tercera mujer que lo obtiene en nuestro país–, Jeannette Miller publica en la Colección del Banco Central de la República Dominicana, el libro Polvo eres, que  leí en septiembre de 2012, en medio de la tranquilidad de una mañana dominical. Lo hice en la grata compañía de libros amados, esos silenciosos testigos de mi satisfacción al leer los textos originales de esta breve obra, sin que pudiera desprenderme de sus quemantes páginas, pobladas de signos elocuentes de un sentir y un decir depurados, con los que la autora alcanza la plenitud creadora y la madurez existencial que no reniegan del ardor juvenil, la rebeldía, la ternura y la capacidad para indignarse, rasgos de su obra poética anterior.
Polvo eres –libro que también tuvo lecturas de otras tres mujeres poetas antes de su aprobación por el Comité de Publicaciones del Banco Central, y que pudieron hacer libremente sus observaciones a la autora–, revela, a mi entender,  cuánto ha alcanzado Jeannette Miller a fuerza de talento y constancia, y la primera impresión que me produjo es que se trata de una retrospectiva temática y formal. Retorna la voz inconformista, vibrante, crítica de sí misma y de su entorno. Una mujer que avanza sin pausa, «con los ojos abiertos», igual que el título de un libro de entrevistas a Marguerite Yourcenar, su mirada fija en el entorno circundante, quien no evade las miserias humanas con las que tropieza a cada paso. Una presencia solitaria que conjura con palabras la tristeza y la amargura.
En la parte subtitulada «Cotidiano» advertí una sensualidad descarnada que se expresa a través de los sentidos (olores, sonidos, miradas, roces); una imperiosa necesidad del otro que escapa al contacto y a la vida compartida. Canto al amor imposible, una elegía a la otredad inasible que recuerda aquellos punzantes versos de Lezama Lima: «Ah, que tu escapes cuando habías alcanzado tu definición mejor».
«Platónicos» nos sumerge en un mar de imágenes sobre el amor imposible. Son poemas encadenados unos a otros, en los que las palabras se convierten en instrumentos del amor, el vértigo carnal, un modo de construirlo y recrearlo desde una sensualidad femenina poblada de ternura. Son, por así decirlo, mensajes cifrados al amante que se desea retener a golpe de conjuros, expresiones de un sentir lleno de inalcanzables búsquedas, un decir que cala muy hondo y se multiplica en imágenes de luz.
La parte subtitulada «Personales» es la quintaesencia de la intimidad a través de una serie de poemas a los seres amados. Son poemas diáfanos, desgarraduras del alma, insinuación de los temores, inmensa alegría por los frutos del amor y la compañía, o el recuerdo de presencias tutelares que siguen acompañándola en el difícil tránsito por la vida, con sus ejemplos, sus enseñanzas y su misterio; o el intento de recuperación del primer hijo, de figuras paradigmáticas a quienes reserva el afectuoso recuerdo de las palabras; en fin, retratos dolientes para exorcizar el olvido.
«Polvo eres», pese a su brevedad es una densa reflexión sobre la muerte, en poemas cortos que golpean la sensibilidad del lector: la muerte, no como palabra hueca, sino como realidad inexorable y próxima. Y «Testigo de luz», más que religiosa, es poesía de una honda espiritualidad, que es rasgo de su obra de madurez: búsqueda de las esencias del ser a través del portento de la Creación: pecado y redención.
Con este libro, Jeannette Miller se coloca en un lugar especial entre nuestros poetas, para quienes la referencia bíblica conduce a la reflexión sobre las iniquidades humanas y las miserias sociales. Pienso en el Incháustegui Cabral de Polvo que se va y que no vuelve (1946) y Las ínsulas extrañas (1952), pero también en el Freddy Gatón Arce de «Letanía» y Adoración de la Virgen (1961), y en el Máximo Avilés Blonda de Los profetas (1977) y Viacrucis (1983), a los que ahora ella se une con Polvo eres, un libro que considero indispensable en su bibliografía y en la poesía dominicana contemporánea.
De Jeannette Miller y su obra se puede decir lo que escribió Octavio Paz: «Mi casa fueron mis palabras, mi tumba el aire».

José Alcántara Almánzar




[1]  Escritores y artistas dominicanos. Ediciones de la UCMM, Santo Domingo, impreso en Editora del Caribe, C. por A., 1979, p. 215216.
[2]  Santo Domingo, Biblioteca Taller No. 199, 1985, p. 10.
[3]  Los poetas dominicanos del 1965. Una generación importante y distinta. Santo Domingo, colección Orfeo. Biblioteca Nacional, 1985, pp. 265 y 380.

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