Por Luis Martin Gómez
Buenas tardes. Agradezco a la escritora Jeannette Miller y a la editora Ruth Herrera por concederme el honor de presentar esta segunda edición del libro Cuentos de mujeres.
Una segunda edición de un libro es una buena noticia en este y en cualquier mercado editorial. Para usar palabras políticas, a propósito de que estamos en campaña para los comicios presidenciales, diré que una segunda edición es el “vuelve y vuelve” de la obra, su reelección con apoyo popular, un “llegó papá” insólitamente cultural o la tibia propuesta de “continuar lo que está bien”, que saludamos porque las promesas en literatura no tienden a afectar el presupuesto público.
Pero además una segunda edición, si no sale del bolsillo del autor, auspicio que resultaría sospechoso, es un elogio a la calidad de la obra y al prestigio de quien la escribió. Casi siempre, debo aclarar, porque hay obras que debieron agotarse en la mente del escritor, sin salir nunca de allí. Algunos escritores deberíamos tener la decencia de anunciar la NO puesta en circulación de nuestras obras, cuya impresión sólo provocaría la tala innecesaria de árboles con los que se fabrica el papel, o cuya difusión por internet sólo añadiría material indeseado a la web.
No es el caso, por supuesto, de Cuentos de mujeres, de Jeannette Miller, un excelente libro producido por una excelente escritora que ha sido merecedora de los más altos premios literarios que se otorgan en el país y que además es un gran ser humano. No debí decir esto último porque las cualidades personales del autor no deberían condicionar nuestra apreciación de su obra. Saber, por ejemplo, que James Joyce fue putero de joven, que tenía orgasmos mientras escribía indecencias a su mujer, y sentía fascinación por las flatulencias y las deposiciones de vientre, quizás nos hubiese dificultado admirar ese portento simbólico que es su novela Ulises, obra literaria fundamental del siglo XX. O el episodio, al parecer inflado por la ficción, de la caída de la manzana que le habría dado la pista para formular la Ley de Gravedad, no nos resultaría tan simpático si supiéramos que Isaac Newton, primer científico nombrado caballero y autor de Principia Mathemática, el libro de física más influyente de la historia, era un hombre envidioso, traicionero y mentiroso, que escribía artículos elogiosos sobre él mismo con la firma de supuestos admiradores.
Lo recomendable, entonces, es valorar la obra independientemente de las miserias o las bondades de su creador en cuanto persona, para que podamos calificar de insuperables los cuentos de Pedro Peix, a pesar de él mismo, o adjetivar como horribles los poemas de Joaquín Balaguer, sin dejarnos intimidar por su éxito político. De manera que echemos a un lado la honestidad de Jeannette Miller, su Fe inquebrantable en Dios, su sentido de la solidaridad y la justicia, esa tierna sinceridad con la que te dice “barriga verde” sin ofenderte y para tu provecho, su humildad para reconocer y ensalzar el mérito ajeno, o la profesionalidad con la que estudia y opina sobre el arte dominicano; y veamos lo que nos dicen sus Cuentos de mujeres por ellos mismos y según la cualidad de autarquía que exige este difícil género literario.
Me permito empezar por la técnica. Como sabemos, la técnica es indispensable para el cuento, tanto, que algunos teóricos definen al género como una forma, como una estructura, en la que parece ser más importante la manera de decir las cosas que el asunto del cual se habla. Julio Cortázar y Carlos Fuentes, para solo citar dos autores, hablan de la ‘esferidad’ del cuento, de su circularidad, según la cual el cuento es un tema (trascendente como Una pasión en el desierto, de Balzac, o aparentemente intrascendente como El puente sobre el río del Búho, de Ambrose Bierce) encorsetado en una esfera, que debe funcionar como un pequeño universo con vida propia. También es parte esencial de la técnica del cuento su direccionalidad, que debe ser una sola y en un solo sentido, “una flecha disparada hacia un blanco”, como dijera Horacio Quiroga, “un aviador que antes de levantar vuelo está forzado a saber con seguridad adonde se dirige”, como recreara ese concepto Juan Bosch; y su intensidad, comenzar un cuento y llevarlo implacablemente hacia el final sin ninguna desviación, como aconsejan Antonio Skármeta y Edmundo Valadés.
Decir que los Cuentos de mujeres cumplen estos requisitos básicos del género sería descubrir el hielo en cubito. No se podía esperar menos de una escritora ducha como Jeannette Miller, que asume el oficio con total responsabilidad, y suscribe el postulado de Bosch de que el cuento no tolera innovaciones sino de aquellos que primero dominan la esencia de su técnica. Lo que sí es relevante es la forma en que la autora logra hacer invisibles todos esos requerimientos formales, aportando a sus historias el poder de persuasión necesario para hacerlas creíbles, independientes, como nacidas de su propia materia proteica. Contrario a los cuentos de otros narradores de su estatura a los que se les notan las costuras, los puntos de unión del rompecabezas; los de Jeannette Miller son limpios, sin esos parchos que ponen en evidencia los mecanismos de la ficción y estropean el objetivo de la buena literatura, que es transportar al lector a un mundo alternativo, deseado o soñado. El premio Nobel peruano Mario Vargas Llosa lo dice con mejores palabras: “el gran triunfo de la técnica (…) es alcanzar la invisibilidad, ser tan eficaz en la construcción de la historia (…) que ya ningún lector se percate siquiera de su existencia, pues, ganado por el hechizo de aquella artesanía, no tiene la sensación de estar leyendo sino de estar viviendo una ficción que, por un rato al menos, ha conseguido (…) suplantar a la vida”.
Yo experimenté esa transportación al leer las historias narradas por Jeannette Miller en Cuentos de mujeres. A salvo del exhibicionismo técnico que no representó una tentación para la autora, pude adentrarme en la numerología tan presente en la cultura dominicana y que parece sugerir una clave en el cuento Tullío, en el que el protagonista, Ifigenio Encarnación de la Cruz Frías, ha matado, a las cuatro de la tarde, a una banda criminal integrada por cuatro hermanos, hecho por el que la madre de las víctimas ha insultado cuatro veces al matador con la palabra asesino. En este trabajo llama la atención la actividad sensorial: el olor de los jazmines, el sonido de la lluvia; y el contraste entre el temperamento hosco, taciturno del protagonista que parece esperar con resignación su destino, y las mujeres bullangueras, sensibles, que presienten la tragedia.
La gorda es un cuento antologable y no dudo que pronto se convierta en un signo distintivo de la autora, como lo es El gato para Armando Almánzar o Delicatessen para Miguel Alfonseca. Aunque escrito en clave de humor, con frases que provocan la risa como “me decían vaca marina, armario de tres puertas, albóndiga, tanque de guerra”; este cuento trata una historia terrible, dolorosa, que hace que nos identifiquemos con la protagonista, discriminada por su apariencia física, abusada psicológicamente por ser diferente al modelo socialmente aceptado, y deseemos que se haga realidad su sueño final.
En el cuento Tu voz destaca el deambular errático del protagonista por la ciudad, en un esfuerzo por evadir una realidad sobre la cual la autora nos facilita sutilmente la pista para su comprensión con dos detalles que, nueva vez, descansan en lo sensorial: un olor, el tacto.
El General es un cuento paradójico en más de un sentido: por un lado, muestra la nostalgia de una niña por la ternura de su abuelo militar, un hombre que por su profesión y el régimen dictatorial al que sirvió, se presume esté lleno de odio; y por otro lado, describe, con exquisita filigrana estilística, el suplicio al que eran sometidas las niñas por el ritual del peinado con agua de azúcar y cerveza y la vestimenta almidonada, cuando “comer en los calderos, tiradas en el suelo” era su sueño, su ingenua manifestación de rebeldía.
Joaquín, la muerte dobló por el callejón, es un cuento que explora la superstición en la cultura dominicana, y En esta casa nunca aparecen los cuchillos, es tal vez el cuento con mayor carga ideológica y el que plantea con más crudeza, críticas al modelo económico, al caos urbano, a la injusticia social.
El que más cuestiona el comportamiento masculino, los condicionamientos culturales que tienden a justificar el machismo, es el cuento titulado El calumniado, uno de los más logrados del conjunto. En éste los hombres no salimos muy bien parados que digamos, y el personaje-narrador (que no es el mismo autor, es bueno aclarar eso por la salud y la seguridad de Jeannette) nos llama “haraganes, puercos, brutos… que sólo trabajamos para fumar, beber y tener mujeres… que somos cuerneros y jabladores… que sólo servimos para dar gusto a las mujeres y preñarlas, pero nunca para casarse y formar familia…” Teófilo, el personaje compañero de universidad de la protagonista, nos retrata de cuerpo entero cuando dice: “Mi hermanita, no seas pendeja, los hombres no hemos nacido para ser fieles (…) la fidelidad es un cuento de la iglesia para tenernos narigoneados”. En este cuento, aprenderemos también los secretos sexuales de las mujeres bizcas; no dejen de leerlo, porque además del prontuario sobre machismo que emocionará a las feministas más aguerridas, El calumniado tiene un final doloroso y aleccionador en el que la protagonista toma una decisión valiente que, sin embargo, acorralada por una sociedad medularmente fálica, no la redime completamente de su sufrimiento.
Dije que La gorda podría resultarles el cuento más querido pero creo que la joya del libro es sin dudas Recuerdos de familia, cuento en el que el general, símbolo del macho abusador y de la opresión de la dictadura, tiene un final que el lector, independientemente de su ideología o de sus creencias, termina celebrando. Permítanme leerles un párrafo que ejemplifica el contexto del cuento, situado históricamente durante el régimen de Trujillo, pero que mantiene cierta actualidad: “La sociedad castrante de los generales y de las plantaciones, de los abolengos de familia que no aguantaban cinco lustros sin que apareciera el robo a mano armada, el tráfico ilegal o la sangre que bautizaba de héroes a los genocidas que todo lo justifican en el nombre de la Patria”. Este trabajo tal vez sea el que más evidencie la convicción de la autora de que la escritura tenga, además de una finalidad estética, una función social; como dijo el periodista y novelista Francesco Píccolo que dijo el también periodista y escritor Alessandro Baricco: “(Escribir)... es una especie de extraño servicio cívico. Noble, porque es arduo, a veces muy arduo, a su manera. Y moral, porque la razón de su necesidad no es evidente, sino subterránea, y sólo visible con una mirada que encuadre el mundo con una obstinada pretensión ética”. Pero quedamos en que no nos íbamos dejar ‘allantar’ por la “buenagentura” de Jeannette.
Macho Blusa es también un cuento formidable aunque con innegables deudas estilísticas con el criollismo y lo real maravilloso del Juan Bosch de Dos pesos de agua o de La bella alma de Don Damián.
Finalmente, El Angelus es una epifanía con rap de fondo y un hermoso cierre para un libro de cuentos de alta calidad, con el que la autora demuestra un manejo magistral de la psicología de los personajes y un dominio perfecto de los niveles de la lengua.
En una entrevista que le hice hace unos años a propósito de este libro que hoy estrena segunda edición, Jeannette Miller, siempre generosa con sus colegas escritores y con la literatura dominicana, afirmó que la cuentística dominicana tiene calidad mundial, citando como ejemplos de grandes cuentistas dominicanos a Hilma Contreras, Virgilio Díaz Grullón, Marcio Veloz Maggiolo, René del Risco Bermúdez, Angela Hernández, José Alcántara Almánzar, Pedro Peix, Armando Almánzar, Arturo Rodríguez Fernández, y sobre todo, a Juan Bosch, el maestro al que ella admira, el entrañable profesor al que todos añoramos. Sé que por modestia, por humildad, por ese alto sentido de la decencia que la distingue, ella no se incluyó en ese grupo de notables. Pero yo sí lo puedo decir por ella, y ustedes conmigo después de leer sus cuentos: la cuentística dominicana tiene calidad mundial porque, además de los escritores mencionados, cuenta con una escritora de la excelencia de Jeannette Miller.
Muchas gracias.
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