Cada mañana
al levantarme
inicio el camino hacia la muerte.
Antes de perforar el día con mi cara disconforme
lloro un poco.
Luego
procedo a ejecutar con desconcierto el aseo,
la puesta de la ropa,
el peinado,
el desayuno,
salgo.
Bordeo esquinas desbaratadas en infinitas partículas de luz,
el aire me golpea la frente,
un penetrante olor a podredumbre me vuelve a la desdicha.
En las cunetas
latas de basura todas volteadas
definen largas curvaturas tristes,
hasta los pozos de lluvia en mi país son turbios, hediondos,
sin darme cuenta
penetro el vientre palpitante de cualquier automóvil
y me siento heroína,
entonces paso a recontar los árboles que ya sé de memoria
y que alivianan con colores y formas el duro pavimento,
un golpe seco me avisa que he llegado,
empujo la puerta,
estoy dentro,
sonrío tratando de ser agradable, inofensiva,
que no me teman,
que no conozcan mi odio, mi hastío, mi tristeza,
comienza la jornada.
Del libro Fórmulas para combatir el miedo
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