Tuesday, November 13, 2012

La presencia de César Curiel y Yuyo Sánchez en la arquitectura dominicana


Por Jeannette Miller

Conocí a César Curiel y a Yuyo Sánchez cuando casi terminaban la carrera de arquitectura. Habían entrado al Taller de Pácido Piña en 1982, después de haber recibido clases en la UASD con Erwin Cott, Vicente Tolentino, Domingo Liz, Milán Lora, Luis Despradel y otros, lo que les aportaba una formación heterogénea que ayudaría en su futura carrera como arquitectos.
Inmediatamente los veías, te dabas cuenta de que formaban un dúo que se complementaba de una manera armónica y productiva. Amigos, casi hermanos, la diferencia de temperamentos era lo que ayudaba al ajuste de personalidades, y a  esa capacidad de equilibrarse profesionalmente que ha ido creciendo con los años.
Mis nexos con la arquitectura  se resumen a  la simple admiración ante estructuras que de momento se levantaban en espacios urbanos,  y que tenían, algunas, el poder de modificar el lugar. Por otro lado,  mi memoria casi niña -década de 1950- rescataba los diseños de las casas de Gazcue, y el impacto que hicieron en mi preadolescencia el Jaragua, el Jaraguita, La Metralla  y, desde luego,  el monumental complejo de la Feria de la Paz, conocido hoy como Centro de los Héroes. 
Todo esto comencé a entenderlo durante esos anocheceres brumosos, en que el filósofo y humanista Tongo Sánchez, mi tío,  hacía  apartes con Guillermo González en las reuniones de escritores, pintores y arquitectos – a las que me llevaba-, y yo oía hablar de la Bauhaus, de los conceptos del modernismo, de la particularidad de la nueva arquitectura mexicana, de los edificios escultura, del estilo tropical…  También supe del apasionamiento de Guillermo González  por la pintura y la fotografía.
Por otro lado, Amable Frómeta vivía en la esquina de mi casa y Manolito Baquero  y Gay Vega eran amigos de mi familia; es decir, que el término arquitectura y algunas de sus corrientes, se convirtieron en algo natural y cotidiano para mí.
La convulsión de la década de 1960, no me permitió  continuar esas vivencias  placenteras,   pero los setenta me trajeron la amistad de Arnau Bross, Plácido Piña, Jhonito Caminero, Miguel Vila, Héctor Tamburini, Federico Fondeur y otros arquitectos jóvenes; los dos primeros en el Taller 13 de la Arzobispo Nouel, al lado de la tienda Mimosa; y los tres últimos compartiendo el local de la Galería Proyecta, espacio donde exhibían exclusivamente sus miembros: Ada Balcácer, Domigo Liz, Ramón Oviedo, Peña Defilló, Mario Cruz, Lepe, Thimo Pimentel y Félix Gontier,  algunos de ellos, profesores de dibujo de la generación Sánchez-Curiel.
 Yo dirigía  la Galería que estaba ubicada con el frente hacia la Isabel la Católica, mientras que el
Taller  Vila, Fondeur, Tamburini, -que entonces diseñaba el Museo de Historia Natural- miraba hacia la Plazoleta de los Curas.
No me voy a detener en los personajes aledaños. Sí, recordar que Rosita Meléndez, abrió su tienda de muebles de época, La Casona, a unos pasos del Taller 13, y que allí presentaba Juan Bosch sus libros y Gilberto Hernández Ortega sus exposiciones, en noches iluminadas, donde Rafael Calventi, recién llegado de Italia, daba sus explicaciones sobre las construcciones de Pier Luigi Nervi, y Domingo Liz, -pintor, escultor y dibujante- le discutía a Gay Vega, propuestas arquitectónicas.  Luego Liz y Vega fueron vecinos en el Ozama y cada uno diseñó de forma diferente su amor por el río. Creo que  nosotros, los más jóvenes, no nos dábamos cuenta de que estábamos viviendo una época de oro, que formó parte de la transición del Moderno al Postmoderno en nuestro país
Cuando en 1977, Plácido Piña abrió su taller en el Bloque 7 No. 24 de la Feria I,  poco tiempo después, yo  me quejaba de que en mi casa no tenía dónde poner mis libros ni mi maquinilla, a lo que él, con esa solidaridad que   lo define, me contestó -Pero llévalos  al Taller,  que ahí nadie te va molestar. Dicho y hecho. Desde entonces, -1983- mi estudio, está ubicado en ese mismo lugar.
Cuando sus colegas preguntaban -y todavía preguntan- ¿Qué hace Jeannette Miller, en una oficina de arquitectos? Invariablemente contestaba: Hemos aplicado el criterio de Ricardo Bofill,  que en 1963, en Barcelona, fundó su taller con arquitectos, ingenieros, sociólogos  filósofos y poetas, entre quienes se encontraba José Agustín Goitysolo… También recuerdo que el poema El lobito bueno de Goytisolo, que luego hizo canción Paco Ibáñez, se convirtió en una especie de himno que repetía a cada rato.
Al entrar la década de 1980 y después de haberse efectuado un crecimiento de la ciudad hacia el Oeste, las construcciones se hacían cada vez más verticales y paulatinamente se repartían entre Naco, Piantini, Paraíso, Fernández y Evaristo Morales.
En el libro 60 Años Edificados: Memoria de la Construcción de la Nación, el arquitecto  Delmonte Soñé afirma: “Al entrar la década de 1980,  la búsqueda de una arquitectura que nos definiera como conglomerado humano y como país fue una de las principales motivaciones para los nuevos arquitectos. Hombre, paisaje, hábitat debían ser consecuentes entre sí, aplicándose los logros de la tecnología, pero utilizando elemento propios para el diseño y construcción de viviendas, edificios, enclaves hoteleros, etc.  Las propuestas postmodernas que defendían la memoria histórica y los elementos con que el hombre se identificaba, combatiendo la frialdad de lo moderno, fueron calando en los arquitectos emergentes, lo que llevó a una revisión de lo que hasta entonces se proponía como la escuela arquitectónica dominicana: el modernismo.”
Para mencionar sólo dos construcciones que me impactaron y que fueron base para lo cambios que vendrían, mencionaré el BHD de la Winston Churchill con 27, de Plácido Piña; y la cafetería Barrauno en la Lope de Vega, de Oscar Imbert. 
En la segunda mitad del decenio de los 80, la adopción del lenguaje posmoderno alcanzó las propuestas comerciales e institucionales. La arquitectura habitacional ya se concebía vertical, para aprovechar el espacio en una ciudad que crecía sin planificación urbana y donde aumentaba la demanda. Eran los mismos arquitectos quienes tenían que pensar en el emplazamiento de sus diseños y en lo que les rodeaba.
César Curiel y Yuyo Sánchez inician su trabajo desde 1982, y cuatro años después, en 1986, crean la firma Sánchez y Curiel, donde no sólo actuaban como arquitectos, sino como constructores y promotores.
Distintas residencias de la capital y en el interior del país comenzaban a promocionar su firma.   Recuerdo uno de los primeros proyectos, Residencias Laura (1985), cinco casas de tres niveles  que resultaban en aprovechamiento de espacio y privacidad, por la orientación de las fachadas, y la distribución de los ambientes sociales con  las habitaciones en distintos pisos.  
Pero fue con la serie de las torres D (2001), donde Sánchez y Curiel lograron una solución paradigmática para la construcción de viviendas verticales en Santo Domingo. En ellas, la búsqueda del equilibrio externo como forma y la funcionalidad interna (amplios espacios con visibilidad del paisaje, división radical entre las áreas sociales y las habitaciones con privacidad garantizada) produjo una demanda tal, que sorprendió a la firma. Muchas veces me sonrío al ver la cantidad de seguidores que ha tenido ese diseño.  
En los Aqua (Towers -2008- y Loft -2007-) de Juan Dolio, el reto era distinto, apartamentos de veraneo frente al mar; la solución fue un estilo ecléctico: luz, ventilación, espacios internos donde el agua, las plantas, o las celosias a gran escala, rompían la dureza del concreto, integrando el estilo urbano con los elementos propios de un trópico magnificente.   
En sus últimos proyectos (Rancho Arriba 8, Casa de Campo -2011-, con premios nacionales e internacionales), los elementos ya utilizados evolucionan y se enriquecen en interiores donde los techos a dos aguas soportados por madera, suavizan el entorno dinamizando una memoria vivencial que refuerza la vivienda dominicana. 
Al mismo tiempo, las fachadas de sus torres D habían ido cambiando; como ejemplo reciente el D-28 (2011), donde el blanco “burgués” de sus antiguos exteriores, asumió el rojo, el negro y el gris, para crear volumetrías con el efecto del color. Igualmente las vidrieras, unas opacas, otras translúcidas   producen reflejos distintos y móviles que definitivamente, particularizan la obra.
La belleza imponente de los Veiramar (2005-2010-); la poética vernácula que conjugan los Aqua y Rancho Arriba; pero  no en menor sentido, la elegante dignidad de las fachadas de las torres D, son elementos suficientes para valorar el trabajo arquitectónico de Sánchez y Curiel, quienes realmente se han convertido en un punto a seguir en la arquitectura dominicana de hoy
Y esto viene acompañado por un alto sentido de cumplimiento y seriedad en los procesos de entrega de sus edificaciones; lo que ha sellado su firma como una de las más confiables en el mercado inmobiliario actual.
La propuesta de un diseño inclusivo y plural trabajado en discusión con un equipo liderado por ellos, confirma las afirmaciones del arquitecto cubano José Antonio Choy López, en su introducción a esta monografía.  
1. Sánchez y Curiel aprovechan los logros del movimiento moderno dominicano y los adaptan a las nuevas necesidades de la sociedad, tomando en cuenta el temperamento caribeño y su estilo de vida extrovertido y flexible, lo que es evidente en los edificios D.
 2. Sánchez y Curiel aplican la tradición y lo vernáculo en sus villas de veraneo, participando este concepto en la serie Aqua, donde es evidente la herencia de nuestra arquitectura doméstica y popular.
 3. Sánchez y Curiel proponen una renovación de la imagen que lleva implícita nuevas propuestas o estilos de vida, por lo que han transformado el monótono mercado inmobiliario de la capital dominicana.  
No puedo dejar a un lado el proceso de integración humana   que se da en la oficina donde todos trabajamos; naturalmente, ocupando espacios distintos.
Un espíritu positivo acoge a los jóvenes que se integran, para luego irse fuera o formar su propio estudio, aunque nunca dejan de regresar para visitar al grupo e intercambar ideas y opiniones. Los dos últimos arquitectos que han llegado al Taller, César Antonio y Andrés Eduardo, hijos de César y Yuyo, ya comienzan a despegar con sus propios diseños.
Ese conglomerado de trabajo y buena voluntad se completa con el eterno e insustituible Pablo de la Mota, y un grupo de colaboradores formado por Karina García, Rocío Marchena, Adolfo Rodríguez, Roberto Prieto, Ernesto Morel, José Minaya, Elio Fernández, Félix Mármol… y el personal de oficina, que cada día crece más.
Mirando hacia atrás, confirmo cómo cada época tiene valores insustituibles.   Porque ahora, cuando me despierto, y la suma de los años me empuja a la mecedora frente al patio, cegada por el verdor de las hojas y la brisa, hago un esfuerzo,  me incorporo, y enfilo hacia el Taller, segura de que allí encontraré la energía que  me permitirá continuar con mi trabajo.
Por todo esto celebro la calidad de esta publicación, compartida con la firma Moré y Wise, como parte de una serie de trabajos monográficos que confirman la importancia de Arquitexto en las  investigaciones y ediciones relativas a esta disciplina.
Hoy, que la arquitectura dominicana crece como nunca, respondiendo a las demandas y estrategias de un mundo global y digital, caer en lo mediocre, resulta el riesgo nuestro de cada día.
César Curiel y Yuyo Sánchez  han sabido  sortear ese peligro, y a base de un trabajo en equipo planificado, sopesado, investigativo, abierto y plural, han logrado  beneficiar los espacios urbanos de la Capital donde se encuentran sus edificaciones, con una arquitectura de calidad que se inserta en el  mejor diseño contemporáneo nacional.











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