Abrió la puerta del jardín y vio la planta desvaída, mustia, le faltaba poco para morir. Entró a la casa con desgano y llenó una ollita plástica. Fue arrastrando los pasos y roció las hojas, dándoles un poco de agua a cada una. Las voces del coro llegaron hasta ella desde la iglesia cercana con ese sabor a niñez y a inconsciencia. Eran los tiempos de la fe incuestionable, cuando se filtraban los últimos rayos del atardecer por los vidrios coloreados de la capilla. Ella y sus dos hermanas, el sonsonete del rosario, el orgullo de llevarlo, de oír su propia voz retumbando en las bóvedas, pronunciando las palabras cuidadosamente, flotando en nubes de luz. Volvió a llenar la ollita para repasar la planta que todavía estaba seca y sinembargo tenía brotes verdes. El rap escandaloso y apabullante le azotó el corazón. Eran las bocinas de su hijo; un hijo muy joven para una madre vieja. Se inclinó como si fuera a sentarse, pero se arrepintió y enfiló hacia el barullo desencajada, muerta de cansancio. Casi tumbó la puerta para que la pudiera oír y cuando el rostro casi niño la enfrentó con aire despistado, ella se quedó mirándolo y comenzó a esbozar una sonrisa, mientras repetía para sí -He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra...
Thursday, April 28, 2011
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