Friday, January 2, 2015

Entrando al Bosque de Ylonka Nacidit Perdomo

Por Jeannette Miller


En República Dominicana hablar de Ylonka Nacidit Perdomo es hablar de muchas cosas. Escritora, investigadora, periodista y activista cultural, promotora de la literatura femenina dominicana, persona solidaria y desinteresada en cuanto a compartir sus hallazgos… estas y otras cualidades la ponen presente en un medio cada vez menos dado a la lectura.  
Pero a Ylonka eso no le quita el sueño; ella, como muchos otros, entre quienes me encuentro, sin despreciar el texto digital,  cree en la permanencia del libro impreso, pues recordando una frase  del español Carlos Bousoño: “un solo lector justifica el trabajo literario”.
Y es así, porque todo el que escribe lo hace inicialmente para sacar cosas que tiene dentro, que le oprimen, y que forman parte de su esencia como ser humano,
Durante el proceso de la escritura esta necesidad inicial va atrayendo recuerdos y vivencias afines, como cuando se tira una piedra en un estanque y va formando círculos concéntricos que se amplían, por lo que un escrito, aunque esté inspirado en determinada realidad, nunca es esa realidad, pues ya, al ser libro, resulta ser una realidad independiente. 
En esta ocasión, después de haber desenterrado a importantes figuras de nuestras letras, y el mejor ejemplo es el caso de Hilma Contreras. Ylonka publica un libro de su autoría, que excede el formato de sus libros anteriores, y que como siempre, resulta ser una edición bellamente cuidada, en la que las viñetas que acompañan a los números de página flotan como un valor visual independiente.
El libro tiene un nombre poético y sugerente: Dentro del bosque. Y está formado por lo que la autora denomina Soliloquios, ideas atrapadas al azar y que luego presentan un hilo conductor que las unifica: una preocupación profunda y descarnada, sobre la vida y la muerte, la fe y la rebeldía, disconformidad ante lo que no acabamos de comprender o aceptar.
Dedicado a Silvia Troncoso, declamadora, directora del Teatro Nacional…a quien recuerdo con admiración y aprecio, Silvia es la amiga que fallece a destiempo consciente del proceso que la va socavando y este proceso es compartido con Ylonka mediante conversaciones, donde sombras y luces forman un tejido inseparable, similar al que proyectan los árboles enormes y frondosos a la hora del mediodía.
Los primeros textos de  Ylonka aluden a la creación bíblica del mundo, cito:
“La tierra por doquier era un ámbar dorado;
era una severa escultura de criaturas dibujada
para el temible castigo de los siglos
 donde solo el árbol, el árbol espectral,
sería fértil.
Pasaron los siglos, y llegó el día viernes,
y el viernes trajo
al sueño empinado sobre una esfera.
En la esfera
la lluvia danzaba tratando de romper las entrañas del mundo cotidiano, llevaba dentro de sílos brazos de un Dios que había estado en reposo
desde el instante de la plena conciencia.”
A partir de aquí Ylonka va abriendo su Caja de Pandora, llena de ideas que ella misma desconocía…
 Ángeles, demonios, convicciones que se ven zarandeadas por la realidad para resurgir fortalecidas, preguntas a Dios sobre lo que se considera injusto, todos estos temas convergen  en la eterna pregunta, ¿quiénes somos? ¿de dónde venimos? ¿hacia dónde vamos? Para llegar a la única respuesta posible: el amor. Porque –como diría Emil Ciorán- “la pregunta es la respuesta”;  el cuestionamiento permanente, nuestra forma de existir.
Y la escritora continúa escarbando. Cito:
“Desde que Dios habita en los cielos
 las preguntas han quedado sin respuestas;
 solo podemos tener días
en los cuales la historia se evapora en el mito
y en las ceremonias de la idealidad.”
Pero el amor incuestionable, ese  que comienza con la entrega, con el abandono al Creador y a su voluntad, un abandono que ya no tiene preguntas, definido por la aceptación,  es el único estado que nos puede llevar a la paz.
Aunque este proceso no es fácil, hay que pelearlo, trabajarlo, penetrarlo, e Ylonka lo hace con símbolos como el círculo refiriendo a la eternidad, o reiterando la caída de la tarde como el inicio de la muerte.
Y el bosque permanente, inmutable, que nos ampara o que nos asfixia, la dualidad de la existencia, pero ante todo, como en el caso de Ylonka, el atisbo de una verdad no desentrañada a la que sólo podemos acceder cuando renunciamos a todo.
Dentro del bosque es un libro sumamente importante en la carrera de Ylonka Nacidit, y un punto de referencia para la literatura dominicana hecha por mujeres. En estos textos la autora se percibe como la escritora culta y angustiada, que utiliza un lenguaje apretado de imágenes que muchas veces nos lleva a las profundidades de su ser. De ahí que este libro,  se meta en los vericuetos de la filosofía existencial, utilice recursos propios de neo conceptismo, para arribar a la luz de la fé, una fé que la lleva a arrebatos de misticismo.
Ylonka Nacidit define mejor que nadie sus latidos cuando escribe el texto Anhelos. Cito:
“He querido levantar una catedral de anhelos
donde una sola mujer pida a Dios mirar a sus criaturas
para honrarlas con la noble dignidad de la vida.
Mi catedral no se construirá en suelo alguno,
no será un lugar para expurgar los miedos,
no tendrá vitrales
ni sus techos serán aparentemente inalcanzables;
estará despojada de los estallidos
de florescencia;
no tendrá símbolos de
realeza,
no será un tesoro deslumbrante de enormes
proporciones arquitectónicas,
 ni aún con columnas ni losas color gris;
 no será de suntuosos relicarios.
…una catedral incierta, desconocida para los
orfebres,
la haré en la primavera;
la levantaré sin subordinarme
al conjunto de las mentiras que tejen
los que custodian las púrpuras togas;
esta catedral –que los creyentes no verán–
es para hacer llorar al espíritu humano,
ese espíritu que necesita alcanzar la luz
sin hallarse en un ábside de reminiscencias."
Antes de conocer los textos de Thomas Merton -monje cisterciense, considerado como uno de los grandes místicos del S. XX- mi acercamiento a Dios  trataba de buscar explicaciones, razones, imágenes de referencia cuando  trataba de orar, hasta que al fin pude asumir que todo existe en su gran amor y que todo y todos somos Él.
El libro de Ylonka Nacidit Perdomo puede acercarnos a estos conceptos, y abrir nuestros corazones a un totalidad armónica donde el único recurso para subsistir es el amor.

Jeannette Miller



El equilibrio de la vida en la novela de Ángela Hernández




Por Jeannette Miller

Ángela Hernández es una prestigiosa escritora dominicana, con una obra amplia y seria que abarca poesía,  narrativa,   ensayo,   investigación…   renglones en los que ha obtenido éxito. No hablaremos de sus premios en casi todos los géneros que ha trabajado, aunque todavía le falta el más importante del país, que hace tiempo merece. Tampoco voy a hablar de su persona; un ser humano que parece deslizarse en medio de una vida procelosa y brillante, sin permitir que la penetren las oscuridades.
Cualquiera que la ve con su bondad a flor de piel, tono de voz pausado y melodioso, pero, sobre todo, una sonrisa “beatífica” -como hubiera dicho Manuel Rueda- no imagina la fuerza de sobrevivencia que guarda su mente, pero por encima de todo, su inmenso corazón.
Y esto lo confirman sus textos, desde el cuento Masticar una  rosa, la noveletta Mudanza de los Sentidos, y hoy, la que considero la obra mayor de esta saga: Leona o la fiera vida, novela que publica ahora con acierto el sello Alfaguara.
Por la calidad de sus escritos y por el prestigio de la casa editora, hacía tiempo que yo deseaba que Alfaguara publicara a Ángela, o que Ángela publicara con Alfaguara. El momento llegó, y como resultado podemos tener en la mano un libro con todas las de la ley, al que desde ahora le auguro  grandes éxitos.
Leona o la fiera vida es una novela que abarca tantos aspectos, que me he propuesto abordarla desde algunos de ellos, por considerarlos los más representativos para mi.
El primero es el uso del vocabulario muy unido a la identidad y al perfil sicológico de sus personajes. La mayoría oriundos de Quima, (su natal Buena Vista) el pueblo-paraje que podríamos afirmar como el Macondo de Ángela, donde todo es posible; principalmente la solidaridad, la piedad, la igualdad,  y en ese mismo sentido, todos los sueños.
Como en una película de Passolini, el lector ve desfilar los echadías que cojean, los pequeños comerciantes que van de puerta en puerta y a los que les faltan dientes, el maestro de escuela dictatorial, la yegua llamada Batalla, el guardia amenazante, el rico engreído pero, sobre todo, las mujeres; dueñas y verdaderas protagonistas de todo. Mujeres viudas, mujeres engañadas, mujeres abandonadas, mujeres pobres, desarrapadas... que entretejen lazos de atraccción y rechazo, donde no importa que una sea chismosa, agresiva o puta para contar con la solidaridad de las otras, en los momentos cruciales de su vida.
Son tantos los personajes y tan diversas y mágicas las situaciones, que a veces el nombre de la persona no importa, sino el hecho; esos hechos que van de la más simple y pura cotidianidad, para convertirse en ejemplos de un drama conmovedor, como el intento de violación a Leona por parte de su cuñado; o el final feliz de un cuento de hadas, cuando encuentran las tres monedas de oro que dejó Enmanuel enterrados, por si moría, cuando viajó enfermo a la capital.
La nominación de su entorno, que es el aspecto más bello de esta novela sumamente descriptiva, va cargado de un lirismo que Ángela asegura utilizando los adjetivos como epítetos (fiera vida, gorda mata) elementos que aportan a su narrativa un ritmo poético que, aunque apenas se percibe, funciona perfectamente. Asimismo, en medio de un párrafo narrativo y solo separado por una coma, inicia en mayúscula lo que dijo una persona dentro de la narración de Leona; aunque otros parlamentos están señalados con los signos ortográficos que demandan, pues son parte del acontecer inmediato.
Desde el más pequeño de los insectos, hasta la escala apabullante de árboles enormes y tupidos, siempre respaldados por el bloque de montañas azuladas, los nombres de las hojas, de las plantas curativas, de las raíces, de las cárceles de selva húmeda, de los alimentos, tal y como los llaman en Quima, de sus ecosistemas, sus gentes, sus costumbres…    te envuelve; en un viaje retrospectivo, donde no solo nuestra historia reciente, sino las huellas de “lo inicial”, se registran, se evidencian… y el río permanente, el río de la vida  que arrastra, que vadea y se devuelve, que retoma su curso, como si las manos de la escritora fueran guiadas por Heráclito.
La narradora  mezcla tipos y niveles de lengua, que en ella son permitidos, y al lado de un término campesino encuentras un vocablo culterano, pues sus personajes y lo que hacen, resultan más importantes que la Era de Trujillo o la Guerra de Abril, acontecimientos históricos que sólo sirven de telón para que haya mudanzas y cambios en la familia, que afectan y definen a su miembros. Como el hermano amado, Virgilio, arquetipo de inteligencia y de bondad que se convierte en revolucionario y que está presente en la novela solo a través del amor de su familia y principalmente de su hermana Leona. O el odioso Lorenzo, jugador, bebedor y abusador, hermano mayor que solo las utilizaba para su provecho y que terminó enganchándose a la guardia, pero a quienes ellas perdonaron porque era su familia; los limosneros y pedigüeños que iban día día a esperar la generosidad de Beba, la madre viuda, pobre también, cabeza de familia, mujer espartana, madre coraje, que se envolvía en una coraza de órdenes militares  y estrictas exigencias morales, para que sus hijas estudiaran e hicieran las labores del hogar, y así asegurarles un futuro y protegerlas de las malas lenguas y el descrédito.
La vecina que te pasa los víveres; la otra que sale preñada de un bandido que la abandona; el terrateniente con varias queridas… pero también   una niña que juega pelota mejor que un niño, un joven adolescente con voz atiplada adornando la misa de los domingos, y una desquiciada que tocaba el acordeón de su padre muerto, como una virtuosa.
Muchos pudieran catalogar Leona o la fiera vida de novela costumbrista, pero ¿qué texto que aluda a la realidad y a sus entornos no lo es?
La vida y sus circunstancias; las leyes del azar y la violencia; y cómo respondemos a ellas… Esa es, en el fondo, la verdadera estructura de la novela. Una novela que tiene dos grandes protagonistas: Leona, narradora y personaje alrededor de quien se desarrolla lo que se cuenta. Escritora desde el inicio del cosmos, bendita por la “causa” y destinada a soñar para encontrar la verdad de las cosas… Y Beba, su madre, omnipresente, física o mentalmente, en esos permanentes recuentos de la memoria en los que Leona asocia todo lo nuevo con lo que ha vivido.
También es muy importante, su permanente declaración de creencias, espirituales, su filosofía de vida: la consustanciación del hombre con la naturaleza, la capacidad milagrosa de repetir las oraciones, la búsqueda del “fondo de su alma”, y principalmente esa ley que esgrime, que cuestiona desde el inicio del libro y que solo puede ser respondida con amor: “Algo se me daba, algo se me quitaba. Si recibía, ya debía prepararme para perder”
Aunque parezca mentira, la novela de Ángela Hernández está salpicada de citas de los místicos católicos, de grandes autores literarios de occidente y de pensadores orientales; con todo, estas alusiones que confirman sus puntos de vista, no disgregan el texto. Porque la escritora como dueña de lo escrito esgrime sus permisos a conciencia. Así vemos mezcla de vocabulario, agresiones a las reglas de puntuación y citas propias de una persona sumamente leída en boca de un personaje rural, por lo que podríamos afirmar que esta novela, resulta un texto sumamente contemporáneo.
La escritura, casi barroca,  de Leona o la fiera vida no le ha sido fácil a Ángela Hernández; la diversidad de mundos que abarca (el real, el imaginario, el deseado…) y lo heterogéneo del vocabulario que utiliza, han podido encontrar un equilibrio que hubiera parecido imposible a cualquier otro autor
Pero Ángela Hernández es una de nuestras mejores escritoras-escritores. 
El pleno dominio de su oficio le ha permitido jugar con la ficción y plasmar una escala de valores, de convicciones y creencias que la definen como Ser.
Para mejor definirla tomamos del texto que cierra la novela.
Cito:
Por alguna razón nací al mismo tiempo que Batalla,
Por alguna razón fortalecí mis huesos escalando pendientes y vadeando ríos,
Por alguna razón aprendí la pauta del equilibrio cargando cientos, miles de bidones de agua sobre mi cabeza erguida.
Por alguna razón mi mente mantenía el control en los momentos de peligro, hasta sortearlos…
Por aguna razón poseía ojos alagartiados y nombre de fiera.
Por alguna razón el agua del amor humedecía constante mi alma rebelde…


Algo se me daba, algo se me quitaba.
Lo que tengo lo debo a lo perdido;
lo que soy a lo que nunca pude ser…

6 de diciembre de 2013.

Thursday, October 23, 2014

En el “mall”



Por Jeannette Miller

En el “mall”
Mujeres de piel oscura con niños de la mano.
Vitrinas con objetos lujosos que nadie compra.
Hombres de edad buscando presas
entre jovencitas que se venden
y muchachos que se ofrecen disimuladamente
para pagar la taquilla del cine,
comer una pizza o un hamburguer de ocho días
En el “mall” los ojos se me llenan de tristeza,
Mujeres blancas, bien vestidas,
con la cirugía acabada de hacer
tratan de sepultar el tiempo
sin saber que eso es imposible.
En el mall no piensas,
una turba variopinta te empuja sin tocarte,
los ojos deslumbrados,
los oídos abrumados,  
hasta que se te cansa el alma.


Tuesday, September 30, 2014


Sola

Por Jeannette Miller

En medio del gentío eres nadie.
Pasan cuerpos y caras
Buscas rasgos conocidos y chocas con el drama de la muerte
lenta,
sorpresiva al principio.
No hay hijos,
No hay nietos.
No hay nadie.
Sólo la violencia arropando el ambiente como una nube negra.
La violencia total.
Tiros.
Puñaladas.
Violaciones.
Asaltos.
Charcos de sangre podrida.
Moscas sedientas de carne amoratada…
Tratas de avanzar y
te pisan,
te empujan,
te chocan,
te jalan la cartera…
La luz,
que parece inalcanzable,
se vislumbra más allá
de un plafón manchado de tierra  polvo.



Los días de lluvia me entristecen.

Por Jeannette Miller

Los días de lluvia me entristecen.
La ciudad se torna gris como un lagarto.
Las cunetas desbordan taponadas de basura
y los transeúntes se ocultan bajo los aleros de las casas
o se cubren con pedazos de periódico
y  fundas plásticas.
La lluvia desnuda la pobreza
que sale a flote en restos de comida a medio podrir
y pedazos de latas y botellas
que resultan peligrosas para el que  transita.
Enfrentar la ciudad como es,
sin el maquillaje de las luces y los grandes edificios,
Quedarte sordo  con la voceadera de los vendedores ambulantes
y al caer la noche
sólo voces que murmuran sus preocupaciones y  su gran indefensión.
Las telas pierden su brillantez con la humedad y el calor
que unifica los tonos convirtiendo las ropas y los toldos en una sola mancha…
Haciéndoles el juego,
la lluvia color niebla y mi corazón oscurecido por la sangre.

Tuesday, March 11, 2014

Hombrecito

Por Jeannette Miller


El primer día que me dijeron que Trujillo era un asesino ya mi padre había muerto. Me lo dijo Hombrecito, un genio que se había hecho mi amigo y que mientras destripaba a Trujillo y a sus adláteres con una lengua bífida y sabia llena de alusiones filosóficas, literarias y políticas, dejaba caer su manita de muñeco sobre mi rodilla, cuando encaramados en el murito que quedaba frente al palo de luz nos sentábamos todos, hembras y varones, más varones que hembras, a recitar poemas, cantar canciones, mirarnos de soslaylo… hasta que yo le quitaba la mano con un empujón y él se reía como a quien no le importa, pero yo sabía que en el fondo de su alma le había partido el corazón.
En menos de veinticuatro horas ya sabía que a mi padre lo habían matado, cómo y porqué había sido; y desde entonces una inconformidad amarga me ha ocupado la existencia trayéndome por una calle empinada y angosta que todavía no vislumbra su fin.
Hombrecito era casi un enano, pero tan inteligente y culto que no había quien lo conociera y no cayera en la trampa de su permanente capa negra forrada de rojo que lo convertía en un Drácula de Liliput -con todas las implicaciones de banquetes y libaciones extremas del vampiro- sin nunca olvidar sus atribuciones  de un sadismo vocacional, que oído de sus labios, daba ganas de reír.
Guapo como abeja de piedra, su temperamento enérgico y decidido le ganó el apodo de Hombrecito, aunque de pequeño lo habían bautizado como José.
Como equilibrio a su pequeña anatomía era pintor de murales, y más de una vez alcancé a verlo, montado en andamios enormes, trazar sobre paredes y techos monumentales líneas negras de un grosor insospechado para definir los gestos de sus soldados rasos que se conmovían ante la pobreza de los demás.
Nunca se quitaba la capa porque le servía para disimular el grajo de varios días y también para arroparlo cuando de madrugada, al salir de los tugurios más infames de la ciudad, se quedaba recostado en cualquier zaguán y al poco rato caía con la boca abierta para arrellanarse en el suelo, como si el piso duro y maloliente fuera un colchón de plumas, y sólo se movía para con un gesto rápido taparse de un jalón con la sábana-capa que lo protegía de los mosquitos, la lluvia, las cucarachas y algún ratón curioso que merodeando a su alrededor decidía dejar quieto a ese marchante, que parecía ser su primo hermano, sólo que con una estatura mucho mayor.
Yo lo quise mucho y permanentemente le agradecí que me abriera los ojos de un tirón, esgrimiendo una valentía inusitada ante mí, que sí, era hija de un enemigo del régimen, pero también sobrina de un adepto, y que como estaban las cosas en esa época, nadie le aseguraba que no resultara una soplona identificada con el poder del militar. Sinembargo, él me ayudó a darle forma a esa inconformidad que no me dejaba quieta y a partir de entonces fui una opositoria como la que más.
Al cabo de muchos años, cuando ya habíamos conocido el Continente Viejo y regresábamos de la inocencia, Hombrecito sorpresivamente murió. Dijeron que fue un paro cardíaco producto del régimen de desintoxicación al que lo habían sometido y que, un atardecer, al entrar a la piscina donde hacía ejercicios relajantes, se quedó sentado en la orilla para después ladearse suavemente hasta que el agua primero le mojó la cabeza y luego se la tapó.
Muchos quedaron afligidos por el amigo sincero y por el hombre de inteligencia inmensurable. Entre sollozos tranquilos recordaron su afición por Wagner, por Mao, por Alfaro Siqueiros, por Saint John Perse… Otros lo denostaron como un inútil y borrachón, comunista amargado de lengua viperina, mientras la familia se llevaba el cadáver a un cementerio lejano donde nunca lo hemos podido visitar.
Ahora, que puedo mirar hacia atrás sin que una nebulosa me descomponga los recuerdos, al tratar de poner cada cosa en su lugar, confirmo ante mí misma que pocos amigos fueron como él. Todavía su voz resuena en mis oídos cuando la vida se me pone gris turquesa, en esas tardes de playas extendidas en que la tristeza me invade tratando de socavar lo poco de presente que he podido construir. 

Tuesday, June 25, 2013

Jeannette Miller


Por Ylonka Nacidit Perdomo 
10 de junio de 2013
Escribir sobre Jeannette Miller es como evocar una gesta, no es simplemente acudir con detalles y reminiscencias a construir la manera realista e idealista con la cual la escritora definió los epílogos de su oscilación en la vida. Sabemos que la literatura es un agregado, un abatido escenario en el cual se fallece o desfallece en el escenario del mundo.
No obstante, escribir es una forma de  desenmascarar a los cuadros de una época para advertir que la existencia es una paradoja evolutiva. Jeannette es, justamente, para nosotros una voz profética, una estruendosa y relampagueante voz que llega viva para ganar- para la causa humana- la disipación definitiva de los sueños. No es solo voz de ascensión poética donde la silueta de la miseria  espiritual se coloca en un estado de sitio, sino que es una voz que señala el sonambulismo de la prístina ingenuidad de los otros.
En la República Dominicana hubo un resurgimiento de la poesía combativa en la década del setenta; su rival era solo la poesía lírica que la aventajaba, únicamente, en la concepción y recreación de los  mitos. Decidirse –como lo hizo Miller- a colocar su oído en el alma del pueblo, y no en el melodrama de los curiosos héroes evocados por los ruiseñores y carpinteros de la mentira, fue una manera de reaccionar ante la imperante manipulación de la ideología que los mediocres tratan de imponer con una severidad espantosa.
Miller no es sólo un  nombre sonoro, una poeta vestida para la trascendencia o una célebre crítica de arte es, en definitiva para nosotros, junto a Carmen Imbert-Brugal, una de las mujeres  más importantes de la intelectualidad nacional. Ella es la raíz del tiempo con una vigorosa multitud de compromisos con los otros;  un ser humano que está frente a su historia, naciendo cada día de manera auténtica en los capítulos que se escriben sobre aquellos que esculpen “las bondades” de la civilización de occidente, como si derribaran una montaña rocosa para hallar a sus pies escombros luminosos o las señales de un siglo a través de sus hombres y mujeres.
Sabemos  que aún  Jeannette tiene grandes mundos por descubrir en la escritura y que el punto culminante de su obra no tiene término, ya que entiende que no hay mejor hazaña que escribir; escribir desdeñando las sombras que se posan sobre la memoria, ahorrar tiempo, y no dejarse envolver por la anécdota cotidiana, tener una visión de los incidentes, instantes y circunstancias que son necesarios para crecer humanamente; ver en la tragedia, en la pérdida de un ser querido una conexión con la inocencia que da a la muerte el valor de lo eterno … en fin, el estado del triunfo como ser humano a Jeannette le viene dado porque no ha vivido de espaladas a la palabra ni de espaldas a la tarea de derribar las apariencias de la vida, la especulación ensimismada de los puntos cardinales y el infatigable desconcierto de la mutación de los contrarios.
Su poemario Fórmulas para combatir el miedo (1972) es una bitácora demoledora para ensayar y llevar a escena el mundo visto, instaurado, esbozado desde las arbitrariedades de un rival común: el ser humano, que todo lo destruye, que todo lo corroe, como si fuera un capricho provocar dolor al otro.
Si la historia de la literatura dominicana requiriera de un texto explícito en sus corpus sobre las fuerzas del espíritu y los contornos de su espectro, creo que este poemario de Jeannette Miller sería en cierto modo un aluvión de soplos sobre las causas que se oponen a que las máscaras de los cínicos y de los torturadores caigan al suelo. El desarrollo de este libro es la exaltación turbulenta de la tragedia griega, porque cruzan al frente de nuestros ojos con voces corales la repulsa a esa ilegítima fatalidad del despotismo impuesto.
No es casual que la inmensa declamadora y directora de teatro Maricusa Ornes, eligiera en 1982 el poema “Apabullando el aire y las caretas” de Jeannette Miller como el epílogo emblemático para lanzar al mundo la segunda generación de su grupo de Poesía Coreada en el 1er Festival Internacional de las Artes en el Centro las Artes de Puerto Rico, un espectáculo de verso, luz y movimiento basado en poemas de República Dominicana y de Puerto Rico, bajo la dirección de Ornes y música original del maestro puertorriqueño Héctor Campos Parsi, que colocó al grupo en la cima de su arte, porque la “conjunción de elementos teatrales (luces, vestuario, movimientos, gestos) en su debida proporción y perfecto balance con la palabra que transmite el drama de cada poema”, que vendría a Santo Domingo en gira para ofrecer un espectáculo estremecedor donde la voz profética de Jeannette Miller resurgía exaltada con su verso “apabullando el aire y las caretas”.
Sin embargo, la mirada esencial, desde la otredad, a ese mundo de máscaras que denuncia Jeannette, y que subraya, reflexionando sobre las interrupciones que tiene el viaje de la vida en su más reciente libro de poemas Polvo eres (2013), la encontramos describa con un desgarro alucinante en una carta-poema profética y estremecedora que la escritora Hilma Contreras le escribió el 4 de agosto de 1973, hace cuarenta años, a raíz de leer el poema de Jeannette titulado “Referencias para un drama”, un poema total, de resonancia universal,  publicado en agosto de 1973, por la autora en el periódico El Caribe.
La carta-poema de Hilma a Jeannette, que no envió  a su destinataria, permaneció inédita hasta el año 2002, cuando autoricé su publicación al historiador Orlando Inoa, editor de  la revistaXinesquema, y ahora es mi deber volver a revelarla y darla a la luz pública, una vez más, porque la misma sintetiza la grandeza literaria y la grandeza humana de Jeannette Miller.
Mi eco a un poema. Por Hilma Contreras

He querido  llamarte desde mi oficina sonora/ de aire acondicionado, un sábado de lento hastío/ en que tu poesía me ha emocionado hasta/ arrancarme a la muerte diaria.
He querido decirte que eres  mi hermana,/  que en mi admiración por tu juventud madura/ rejuvenezco yo rumiando mis remotos días/  de retama luminiscente sin dejar este presente adolorido/  de tantas horas muertas inútilmente  afanosas por nada,/  sí por nada, porque vivir en constante  ajetreo ajeno/  me llena la vida de vacío y de fúnebres tañidos,/  agonía sin tiempo viniendo desde mi silencio prenato/  a ese otro silencio profundo que me espera,/  ¿paz tal vez? ¿Olvido de tanto vivir asesinado?
Jeannette Miller, mi historia tiene un comienzo/  que empuño zozobrante, que no se pierda, que no se esfume, /  que continúe cantando entre lágrimas y sol dentro de mí/  hasta culminar en mi hermoso canto de cisne. /  De lo contrario me hundiré en el movedizo pantano/  de palabras sucias y sangre profanada de este sórdido mundo.
De un manotazo limpié mi mesa de su deprimente trabajo/  oficinesco para leerte, Jeannette, para sentir una vez más/  mi admiración por tu desgarrado talento y oírme vibrar/  interiormente de emoción, de alegría y tristeza. /  Gracias Jeannette.
Santo Domingo, 4 de agosto, 1973.
Referencias Para un Drama. Por Jeannette Miller
-1-
Esta mi patria loca, / de soles apergaminados/ y sombreros enormes que sostienen el calor y la lluvia.
Esta patria de casas sonrientes, / de caminos de árboles, / de trillos oscuros a mitad de mañana/ donde la humedad permanece indiferente./ Los ojos han comenzado a doblar temprano,/ han caído en charcos de pétalos marchitos,/ en el polvo de techos escondidos/ aguantando cilindros,/ la carga de este viento silbante que marca las horas./ Desconocidos ríos encienden la pradera,  pinos felices/ y framboyán amargo, / asesinados por el sueño y la distancia. / Comida por el odio, / por el peso del metal innecesario, / hoyada de dolor reparte el cielo, / su llanto de pez  aletargado. / Este carro  de horror, sin aspavientos, / esta introducción al ávido vivir morirá mañana, / es ella, / la sabida, / mi patria triste y loca/ fabricando su llanto.
-2-
El hombre gris penetra la mañana sin sonrisas/ con su redonda cabeza de metal/ y su vestido de noche nueva. / Encima de un potro crujiente desembocó del humo, / vino de las montañas a conocer el mundo, / la ciudad de letreros brillantes, / la música mecánica, / las casas con jardines y largas avenidas. / El hombre gris vive pensando en los cuerpos que no pueden asirse.
Comenzó muy temprano. / Antes de salir el alba ya había recogido corazones, / zapatos con dueño, / pulseras de oro, / dientes como el polvo. / Ahora, / con su cara de odio y de dolor/ sigue oyendo el llanto de las madres desoladas, / recordando esa muerte que no es suya. /  Odiado por  los hombres, / por los hijos sin padre, / por las palabras diarias, / el hombre gris/ embiste cada día aguardando la muerte.
-3-
Hoy no es un sábado cualquiera, / casi no puedo distinguir mi imagen en el vidrio. / Los limosneros en bandada, / como batallones fieros acosan transeúntes. / Camino como cuerda loca, / mujer en esta multitud que no es multitud. / Organizo mi tiempo/ sin poder distinguir las desfiguradas flores de polyester. / El calor es un carajo pegajoso, / insistente como la vida. / Trato de hacerlo todo rápido, / correr las calles, / llegar al banco, / meter el grito de abstinencia que son mis ahorros esporádicos, / espaciados entre dolor y dolor, / entre sol y sol, / entre no comer o no vestir tal cosa. / La frente ya se me devuelve partida por el tiempo. / Mantengo mi gesto de batalla. / Que no me hablen. / Que ni me miren. / Que no me reconozcan. / Las imágenes fijas, / increíbles en un día de polvo y sol como otros tantos/ se agolpan como recortes sórdidos. /  HATO MAYOR-ANTI ACNE/ ZARIGUEYAS-SANGRE/ NUBES-CAFÉ/COSMOPOLITAN-MUERTE/ PELUQUERIA-IROSINDE/ CALIFICACIONES-ESTREÑIMIENTO./ Y me empuja una mujerzota agria/ que probablemente paga el agua por las latas. / Le tiro una mirada matadora/ y me sorprendo. / Entonces calibro el olor que la circunda, / su agrio perfume de continua abstinencia. / La huelo. / La veo. / Racionada en el baño, / racionada en la expresión, / racionada en el amor…/ Pero quizás a ella no le preocupe el amor. / A mí tampoco.
-4-
Del lado de la sombra se sientan los fruteros, / los que venden periódicos, / paleteros, / y alguno que otro hombre/ con los dedos cuarteados de caminar pidiendo. / Del lado de la sombra me decido, / oculto mis recuerdos, / el pasado en que sólo veía/ hoy, / firme, / brillante, / lleno de sorpresas que han resultado mierda. / Este temor a los rincones de la ciudad/ que ya resultan estrecho de tanto vicio.  Me canso de cansarme, / de creer que todavía vale la pena/ voltear la cara o la sonrisa hacia la vida. / Me canso de los saludos fríos, / de las esquelas mortuorias, /  esos cuencos sorpresivos que me tocan son derecho al llanto. / De lado de la sombra me sitúo/ sin oídos, / ni alegría, no ojos, / esperando mi definitivo tiempo.
-5-
Ahora que “invierno” es producto del delirio, /  me asomo al balcón/ y veo viejos venerables desfilar/ tras revistas pornográficas. / Vuelvo presurosa la vista/ y ordeno algunos nombres que no quiero nombrar, / como un recurso contra los atardeceres, / amigos ocupados me empujan a tener que escribir/ esto. / Ahora, / decidida, / casi treinta años y una constante búsqueda de muerte, / prefiero diluirme en el humo mañanero/ y escapar de la sucia realidad que veo.
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El hombre que conozco/ camina cada día debajo de un saco que pierde los colores, / tiene el cuello limpio y diluido, / sentado en el medio de un “morris” resistente/ paga sus 15 ó 20 de manera tranquila, / mientras con disimulo/ seca el sudor en sus dedos cruzados.
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A la hora de las dos, / cuando el sol deposita en troneras de silencio/ su paso de cenizas. / Aquí, / mezo mi corazón/ entre las copas casi raquíticas de los framboyanes. / De paseo por esta cuadra conocida, / donde tanta existencia se fue acumulando sin apercibirnos, / oigo la voz del  líder/ interrumpida por un fonógrafo inocente. / Mi cabeza es un nido de cielo y silencio. / Las  gaviotas ausentes/ se esconden en los ahumados parpadeos/ de este día con horas. / Cada historia necesita un comienzo. Que sea éste… http://www.acento.com.do/index.php/blog/9548/78/Jeannette-Miller.html
El Caribe. Santo Domingo,1973.