Thursday, April 28, 2011

El Ángelus

Cuento de Jeannette Miller

Abrió la puerta del jardín y vio la planta desvaída, mustia, le faltaba poco para morir. Entró a la casa con desgano y llenó una ollita plástica. Fue arrastrando los pasos y roció las hojas, dándoles un poco de agua a cada una. Las voces del coro llegaron hasta ella desde la iglesia cercana con ese sabor a niñez y a inconsciencia. Eran los tiempos de la fe incuestionable, cuando se filtraban los últimos rayos del atardecer por los vidrios coloreados de la capilla. Ella y sus dos hermanas, el sonsonete del rosario, el orgullo de llevarlo, de oír su propia voz retumbando en las bóvedas, pronunciando las palabras cuidadosamente, flotando en nubes de luz. Volvió a llenar la ollita para repasar la planta que todavía estaba seca y sinembargo tenía brotes verdes. El rap escandaloso y apabullante le azotó el corazón. Eran las bocinas de su hijo; un hijo muy joven para una madre vieja. Se inclinó como si fuera a sentarse, pero se arrepintió y enfiló hacia el barullo desencajada, muerta de cansancio. Casi tumbó la puerta para que la pudiera oír y cuando el rostro casi niño la enfrentó con aire despistado, ella se quedó mirándolo y comenzó a esbozar una sonrisa, mientras repetía para sí -He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra...

Enamorada

Poema de Jeannette Miller

Porque te vas delante

como si un viento secreto pulsara tus tobillos

la nuca pegada a mi mirada

los pasos agarrados a tu loco deseo de huir.

Porque miras al frente cuando te requiero

y una terquedad de triunfo se une a mi tristeza

y las pajareras del recuerdo emponzoñan mi vientre

y se tiran a idear tu pasado

a imaginar tu vida no conmigo

a agredir mi paz en retirada

que resulta de fiestas y cocteles que rechazo

a los que asisto para separarte en el espacio

para ladearte un poco más

a ver si pueblas el abismo.

Y camino a mi sangre secreta

arcón lIeno de óxido y puñales

estilete que divide mi escasa biografía de carne con espíritu.

Y asisto al diario descender

único pálpito

vida muriendo detenida

calma aparente que me fija en esferas sangrantes como un cuerpo asesinado

como un tren fuera de tiempo vagando por rutas fantasmales.

Y es un golpeo de cemento y tierra

yerba y lIuvia

aire que me cuela la vida

y por ti no me importa

espero a cada rata tu limosna

perro de mirada vidriosa

pero no lIega

no lIega tu entresitio

no lIega tu entretiempo

tu entrecielo

tu entrehielo

tu entreniebla

tu entremiedo

no lIega tu entrefuego

tu cálida entrepierna entre la mía

sobremía

algamía

ala mía

vuelo que me libertará para la vida.

Wednesday, April 27, 2011

Premio Nacional de Literatura 2011. José Alcántara Almánzar mientras leía la semblanza de Jeannette Miller



















El escritor José Alcántara Almánzar, mientras pronunciaba la semblanza de Jeannette Miller en el acto de entrega a Miller del Premio Nacional de Literatura 2011.

Premio Nacional de Literatura 2011. Jeannette Miller mientras pronunciaba sus palabras de agradecimiento.



















Jeannette Miller mientras pronunciaba las palabras de agradecimiento al recibir el Premio Nacional de Literatura 2011.

Acto de entrega del Premio Nacional de Literatura 2011 a Jeannette Miller













Jorge Tena Reyes, Jacinto Gimbernard, José Luis Corripio Estrada, Jeannette Miller, José Rafael Lantigua, José Alcántara Almánzar y Niní Cáffaro,
en el acto de entrega del Premio Nacional de Literatura en el Teatro Nacional, el 23 de febrero de 2011.

La Mañosa: una excelente fotografía de los inicios del siglo XX dominicano.

Por Jeannette Miller.

Referirse a Juan Bosch como el más importante escritor dominicano, resultaría un lugar común. Su amplia producción literaria que abarca desde el ensayo político, el cuento, la novela y hasta la didáctica, -recordemos su texto Apuntes sobre el arte de escribir cuentos (1958)-, lo mantienen con una vigencia indiscutible, sostenida por la calidad de su factura en todos los géneros en que ha incursionado.

Sin embargo, son sus ensayos sociales y políticos como Composición social dominicana (1970 en República Dominicana y De Cristóbal Colón a Fidel Castro (1970), además de sus archifamosos Cuentos escritos en el exilio, las obras que han servido para darle un perfil como escritor, dueño de un estilo claro, directo, equilibrado y rotundo; realista, pero no exento de poesía, donde no sobra ni falta nada.

Estas características lo han convertido en nombre inaplazable para cualquier antología o estudio del cuento y del ensayo político en América que abarque el siglo XX.

Juan Bosch escribió dos novelas, La Mañosa (1936) y El Oro y la Paz (1976 ¿?), las cuales no han tenido la difusión o “el pegue” de las obras nombradas con anterioridad. Sin embargo, La Mañosa, resulta un texto imprescindible para completar la verdadera estatura de este escritor, grande en las letras de América y para afirmar su inserción en la llamada novela de la tierra latinoamericana

El crítico argentino, Enrique Anderson Imbert afirma que: "La novela hispanoamericana surgió como la crónica inmediata de la evidencia, que jamás alcanzaría el grado de la ... conciencia".1.

Desde la primera mitad del XIX, hasta los años de 1940, inicialmente las novelas aparecieron como crónicas de lo acontecido, insertas en el desarrollo de un siglo lleno de propuestas iluministas e independentistas. La primera protagonista fue la Naturaleza, su vencimiento, su conquista. Luego se dio paso al dictador y más tarde a la masa explotada, en una variable de la novela de la tierra que se denominó novela de la re­volución mexicana: ambas modalidades abarcan, a grandes rasgos, desde Facundo de Domingo Faustino Sarmiento (1811-1888), publicada en 1845, hasta Doña Bárbara, de Rómulo Gallegos (1884), que salió a la luz en 1929; sin olvidar a Horacio Quiroga (1898-1937) con Los perseguidos en 1905, Mariano Azuela (1873-1952) con Los de abajo en 1915, ni y a José Eustaquio Rivera (1889-1928) con La Vorágine en 1924; argentino, venezolano, uruguayo mexicano y colombiano, respectivamente, estos nombres establecen las características de ese primer período de la novela latinoamericana que dio sentido al postulado “civilización contra barbarie”.

En República Dominicana esa misma época abarca desde la Independencia (1844), sigue con la Restauración (1863-1865) y luego con el establecimiento del racionalismo de la escuela hostosiana, para sufrir la intervención norteamericana desde 1916 hasta 1924, y el inicio, en 1930, de la dictadura de Rafael Trujillo, que duró 31 años.

Una continua inestabilidad producida por los alzamientos revolucionarios y los gobiernos y dictaduras que eliminaban a sus opositores empeñando económicamente al país, produjo en la segunda mitad del siglo XIX dominicano, textos como el Enriquillo (1882, 2da edición completa) de Manuel de Jesús Galván (1834-1910), novela indigenista endeudada con el romanticismo, y ya entrado el siglo XX, La Sangre ( 1914 ) de Tulio Manuel Cestero (1977-1955), y Over (1939) de Ramón Marrero Aristy (1913-1959), que trataban, respectivamente, la dictadura de Ulises Hereaux –Lilís- 0( 1845-1899 ) y la explotación en los ingenios azucareros.

Con algunas excepciones, la mayoría de novelas que se escribieron no excedían lo testimonial, crónicas rurales y provinciales, algunas de corte romántico, que presentaban una calidad discutible como género.

La Mañosa, de Juan Bosch (1909-2001), publicada en 1936 por la Imprenta El Diario, de Santiago, República Dominicana, fue quizás la primera novela dominicana que sirviéndose del realismo logró la coherencia tiempo-espacio, descripción y narración, manejo de tipos y niveles de lengua, creación de personajes que representaran la época, además de ubicación en el momento político y en el entorno geográfico, cualidades que la convierten en una obra que, aunque cabe dentro del “realismo de la tierra”, inserta cambios que la diferencian de esa gran corriente que ocupó la novela de América Hispana por casi un siglo, y que en 1936, casi terminaba.

El mismo Bosch afirma en 1966 que: “La Mañosa fue escrita con un propósito estrictamente literario. La Mañosa obedeció al plan de elaborar una novela en la que no hubiera un personaje central ni caracteres de carne y hueso que pudieran atraer la atención del lector y ‘robarse el libro’. En La Mañosa no debía haber ni siquiera un tema desenvuelto con los requerimientos normales de intrigas, la habitual `lucha` del bueno y del malo que tanto atrae a los lectores, la presencia de la mujer cuyo amor es el premio ofrecido al `bueno` como recompensa…En La Mañosa… el personaje central sería la guerra civil, y todo los seres vivos que desfilaran por las páginas del libro…deberían ser… víctimas de ese personaje central… -pero- quedaba por resolver un aspecto importante: el de la forma:… -para esto- la solución era describir los efectos, no la revolución en sí misma.”

Estas palabras de Bosch explican las características modernas que presenta la novela, y en la que podemos comprobar:

  1. Ambigüedad sobre quién es el bueno y quién el malo.
  2. Ausencia de protagonistas absolutos.
  3. Una estructura que, aunque lineal, está llena de inserciones, a veces cuentos hechos por otros, que subvierten tiempo y espacio.
  4. Un uso de la descripción que a veces desplaza la narración.

Pero veamos el contenido: La Mañosa, a la que Bosch subtituló La novela de las revoluciones, está escrita como el racconto permanente de un niño-narrador- Bosch, que reconstruye su vida en el campo y sus experiencias cuando le toca ser testigo de una época de revoluciones y alzamientos. Un rancho grande a la vera del camino, un padre trabajador y honesto, una madre igualmente trabajadora y abnegada, un hermanito, los peones y vecinos… frente a los cuales la vida rural, apacible y noblemente afanosa, se va convirtiendo en un infierno de miedos, sorpresas e injusticias traídas por la guerra.

La montería como medio de vida que luego facilita el escondite de los alzados; la nobleza de los vecinos y vecinas que están prestos a ayudar en las peores circunstancias; la solidaridad humana de algunos personajes por encima de sus preferencias políticas; van tejiendo una trama dónde el verdadero planteamiento es ético (las guerras no sirven para nada, sólo traen violencia y destrucción), y el problema sustancial: ¿cómo reconocer en medio de ese caos, quién es bueno y quién es malo? Estas respuestas van apareciendo en la medida que se suceden acciones sorprendentes realizadas por personajes que estaban encasillados como lo contrario.

Dos buenos ejemplos son: Morillo, un ladrón y asesino montonero que es fiel a sus amigos y hasta expone su vida por ellos; y el general Fello Macario, ejemplo de liderazgo rural, hombre de condiciones verticales y que, sin embargo, en un momento dado asesina a inocentes porque le conviene políticamente. Esa dicotomía permanece dentro de los bandos en pugna, los del gobierno y los rebeldes alzados, llegando a un punto en que los dos grupos se convierten en la misma cosa.

Bosch destaca la aberración sanguinaria y el hambre de poder de muchos de los que se metían a la guerra para disponer de armas y de mando. Y, por otro lado, la inconsciencia de los jóvenes que se enganchaban como el que iba a una fiesta de empalizá.

Ubicada en los inicios del siglo XX dominicano, donde los alzamientos, golpes de estado y asesinatos de presidentes y caudillos estaban a la orden del día, la novela se desarrolla en un paraje del Cibao Central, entre Bonao y Río Verde. El texto, en este sentido, está construido casi como una autobiografía por las características de algunos personajes, sus nombres y su accionar.

Utilizando un estilo realista que excede la estampa costumbrista para convertirse en una fotografía de época. En este texto de Bosch la descripción iguala a la narración y a veces la supera, en magníficos atardeceres y juegos de luz sobre la campiña desolada, sin olvidar la cotidiana iluminación del rancho, que cambia según la naturaleza y los estados de ánimo.

Allí, entre los rayos del sol y la luz lechoza de las jumeadoras, el escritor construye párrafos verdaderamente maestros que se convierten en paradigmas no sólo de la mejor literatura dominicana, sino del continente.

Por otro lado, el manejo del habla rural, en contraposición al uso lleno de casticismos de la familia de Don Pepe, permite marcar las diferencias entre los personajes, que abarcan incluso su manera de pensar. Un buen ejemplo resulta cuando al referirse a los hijos que se van a la guerra, la madre española dice:” -¿Y no sospechan lo que sufre una madre? Y doña Carmita, la vecina campesina, le responde: -Peor es que salgan ladrones o pendejos, doña”. 3.

Bosch divide la novela en dos partes: Revolución y Los vencedores. En el primer tiempo es tanta la importancia de la descripción que se podría afirmar que la interacción paisaje-habitat desplaza las acciones y los hechos convirtiéndolos en meros motivos para edificar una memoria personal y sumamente visual, ligada a la ruralidad.

El sol, sus luces y sombras, son un personaje. Bosch se sirve del astro para dar el tono que exige la escena: frío, calor, tristeza, alegría, misterio, miedo, esperanza… elementos que primero sugiere la luz omnipresente anunciando los acontecimientos.

Sí, La Mañosa es la novela de las revoluciones, pero es también, la novela de la primera niñez de Bosch, lo que le ayuda a la construcción de un estilo mezcla de realidad y poesía realmente conmovedor.

Uno de los hitos descriptivos resulta ser el general Fello Macario, el momento en que aparece por primera vez en la novela con su tipo de criollo “indio” -muy parecido a Desiderio Arias-, el sombrero ancho, los pantalones estrechos de cabalgador, pero sobre todo, su permanente voz de mando y sus maneras respetuosas, inmutables, reforzada la imagen por una actitud humanitaria que lo convierte en un ícono popular

Por el otro lado, don Pepe, extranjero-español, padre del niño-narrador, un hombre rojo y alto, lleno de bondad, amor al trabajo y responsabilidad con los suyos y los no suyos; dueño de La Mañosa, la mula que le tomó tiempo y trabajo domar, pero que era la niña de sus ojos y que, en un acto de extrema solidaridad, le presta a su amigo, el general Macario, para que después de largo tiempo un desconocido la encontrara abandonada y se la llevara casi moribunda.

Se afirma que la mula La Mañosa constituye un símbolo de la República Dominicana en esa época; un país que siendo un paraíso, por intereses oscuros, por egoísmo e irresponsabilidades, por ese ejercicio de mañas ancestrales, se diezmaba cada vez más.

Otro aspecto a destacar de esta novela resulta la espiritualidad religiosa que arrojan algunos pasajes ligados a la madre; la ternura que proporciona a sus hijos y su fe conmovedora en Dios, a quien recurre en los peores momentos que deben enfrentar, en medio de una guerra sangrienta, irracional e injusta. Dentro de este aspecto, el punto más valioso es la identificación de Bosch, niño-narrador, con todo ese ascender que provoca la pronunciación de las oraciones en voz baja, la luz tenue de las velas encendidas, la presencia de una imagen de la virgen o de un crucifijo, la sensación de que cuando rezas y crees en Dios, estás protegido:

“…me gustaba rezar. Encontraba un placer delicioso en estar de rodillas, las manos juntas sobre el pecho, todo el cuerpo lleno de luminosa dulzura, seguro de que Dios estaba oyendo mis palabras. Una gran bondad me invadía, sentía la carne liviana, casi en trance de volar….

Orábamos en la habitación de mamá, que en el primer nudo negro de la noche, se llenaba de sombras… Era tal el silencio que a veces nos rodeaba, que las cuentas del rosario, golpeaban entre los dedos de mamá, y sonaban como piedras lanzadas en madera”.4

En la década de 1930, ya Borges (1899-1986), Miguel Angel Asturias (1899-1974) y otros escritores latinoamericanos se habían enfrentado a la novela tradicional, representada por el realismo de la tierra. Por el contrario, Rómulo Gallegos (1884-1969) publicaba doña Bárbara en 1929, una de las cumbres del postulado “civilización contra barbarie”. La Mañosa de Juan Bosch, impresa en 1936, resulta un paso hacia delante en relación a lo hecho como novela realista, no sólo en República Dominicana, sino en América Latina. Los cambios que introduce en su estructura, la proponen como un tránsito hacia la literatura latinoamericana que se haría en las décadas de 1940 y 1950.

La llamada “nueva novela latinoamericana” se inició con los escrito­res que aparecen en los años cuarenta quienes tenían en común su preocupación por el lenguaje. Todavía en esa década se llevaba a cabo un proceso de tránsito entre la antigua literatura naturalista y docu­mental, y la nueva novela diversificada, critica y ambigua que comenzaron a hacer además de Borges y Asturias, Felisberto Hernández (Montevideo, 1902-1964), Macedonio Fernández (Buenos Aires, 1874-1952), Roberto Arlt (Buenos Aires, 1900-1942) y otros, para luego de los años de 1950 establecerse el realismo mágico de Rulfo (1917-1986), García Márquez (1927), y Vargas Llosa (1936), entre otros muchos

En Santo Domingo, Los Ángeles de hueso (1967) de Marcio Veloz Maggiolo (1937) y Escalera para Electra (1969) de Aída Cartagena Portalatín (1918-1994), introducen la experimentación y el absurdo en la novela dominicana, apoyados en un manejo del lenguaje como el instrumento que sostiene sus maneras de novelar. Con los años, la obra novelística de Veloz Maggiolo se convierte en la más importante de la segunda mitad del S. XX dominicano.

Lo cierto es que las novelas iniciales que sólo reflejaban, de manera testimonial, la naturaleza inhumana y las relaciones sociales inhumanas dentro de una escala de valores simplista y épica y asumieron su primer cambio en la literatura de la revolución mexicana al introducir la ambigüedad -los héroes pueden ser villanos y los villanos pueden ser héroes-. A partir de entonces, la certeza se convirtió en duda; la fatalidad en contradicción; el idealismo romántico en dialéctica irónica… Esta ambigüedad fue asumida por Bosch en La Mañosa, con un diseño de personajes donde todos, de cierta forma son protagonistas, porque el protagonismo lo aportan las circunstancias, que se van desenvolviendo como un río en crecida que lo arrasa todo para volver a la quietud cuando terminan las revoluciones.

Para sintetizar La Mañosa citamos: “La amenaza de la revolución para- lizaba las vidas. A cada momento se la creía ver aparecer en el recodo de la Encrucijada, arrasándolo todo”5 Y esas vidas paralizadas ante el azar y la violencia han estado presentes a lo largo de un siglo XX ocupado por dictaduras, revoluciones y autoritarismos, donde las circunstancias y los hechos sólo han cambiado de nombre.

Siempre se ha dicho que la literatura es un ejercicio de la memoria, una garantía de que lo crucial de nuestras vidas se rescata. También se ha afirmado que un fotografía dice más que mil palabras, porque incluyendo todo lo enfocado, destaca el o los objetos que son principales para el fotógrafo, reflejando así su “punto de vista”. Con La Mañosa, Juan Bosch logra ambas cosas.

Por un lado, recupera un momento trascendente de la historia dominicana de principios del S. XX, incluyendo una buena parte de su niñez de su entorno y de sus experiencias primeras. Por otro, maneja de manera sobresaliente la capacidad de trasmitir a nivel visual personajes, ambientes y situaciones, en una estricta escala de importancia. Los niveles maestros que logra en este intento, no sólo consolidan a Juan Bosch como un nombre crucial en la literatura nacional y continental, sino que proponen La Mañosa como una magnífica novela, que además resulta ser una excelente fotografía de los inicios del siglo XX dominicano.

Citas

1. Enrique Anderson lmbert, Historia de la Literatura Hispanomericana. Colección Breviarios. Fondo de Cultura Económica, México. Pág. 147.

2. Juan Bosch Palabras del autor para la tercera edición.1966. La Mañosa Novela de las revoluciones. Dirección de comunicaciones Banco de Reservas de la República Dominicana. Amigo del Hogar, SantoDomingo, República Dominicana 2002. Págs.15 a17.

3. Juan Bosch. La Mañosa. Novela de las revoluciones. Dirección de comunicaciones Banco de Reservas de la República Dominicana. Amigo del Hogar. Santo Domingo,
República Dominicana 2002. Pág. 55.

4. Juan Bosch. La Mañosa Novela de las revoluciones. Dirección de comunicaciones Banco de Reservas de la República Dominicana. Amigo del Hogar. Santo Domingo, República Dominicana 2002. Págs. 49 y 50.

5. Juan Bosch. La Mañosa. Novela de las revoluciones. Dirección de comunicaciones Banco de Reservas de la República Dominicana. Amigo del Hogar, Santo Domingo,
República Dominicana 2002. Pág. 73

Bibliografía de referencia

· Alcántara Almánzar, José. Antología mayor de la literaturadominicana. (Siglos XIX y XX). Prosa (2000 y 2001).Dos Tomos. Editora Corripio. Santo Domingo. República dominicana

· Anderson lmbert, Enrique.Historia de la Literatura Hispanomericana. Colección Breviarios. Fondo de Cultura Económica, México. 1966.

· Bosch, Juan. La Mañosa. Novela de las revoluciones. Dirección de comunicaciones Banco de Reservas de la República Dominicana. Amigo del Hogar, Santo Domingo,
República Dominicana 2002.

· Collazos, Oscar; Cortázar, Julio;y Vargas Llosa, Mario. Literatura en la revolución y revolución en la literatura. Siglo XXI Editores, México.1970

· Hars, Luis. "Los Nuestros", Editorial Sudamericana, Buenos Aires, 1968.

· Fuentes, Carlos. La nueva novela hispanoamericana (1969). Cuadernos de Joaquín Mortiz; 4. México: 1974.

Todo incluido

El mar en perspectiva.

El sol y las palmeras.

“Todo incluido” en un país de ron y prostitutas.

Hoteles 5 estrellas.

Servicios de primera.

En los alrededores

las bestias pululan a la espera

del minuto preciso de la muerte.

Una muerte sin significado.

El golpe seco.

La joya, la cartera, la cámara...

Siluetas en huida y dos cuerpos sangrantes.

El sol y la violencia.

El ruido de los bares.

La risa apabullante.

Los ejecutivos y hetairas de salón,

en Suplementos de Sociedad.

Tanta basura para el alma.

Tanta carroña ocupando el aire.

Tanto muro para la ternura.

Tanta muerte desde antes de nacer

sin posibilidades.


Jeannette Miller

Si sobrevivo

Si sobrevivo,

a los enormes ratones peleando por las sobras,

a los mosquitos portadores del SIDA,

a la comida podrida por los apagones,

a los olores agrios por la falta de agua,

a los jóvenes verdes, moribundos, por la garra del hambre,

a los esqueletos que agreden en las esquinas y te maldicen,

al morbo de los noticieros,

a la prostitución de los políticos,

a no tener modelos que dar a nuestros hijos,

a la falta de amor y de justicia

al tiempo que te perfora el rostro, los dientes y las ganas,

al ruido callejero,

a la agresión humana,Tamaño de fuente

a contar las monedas temiendo la escasez,

al sol opaco y polvoriento que marca las mañanas...

Si sobrevivo ,

me doy por satisfecha.


Jeannette Miller

Una rebelde amorosa

Semblanza de Jeannette Miller, Premio Nacional de Literatura 2011

Por José Alcántara Almánzar


I

Hace dos años, Jeannette Miller ocupó este lugar para leer la semblanza de quien les habla cuando recibió Premio Nacional de Literatura que otorga la Fundación Corripio. Y esta noche, a riesgo de parecer asunto de reciprocidades y ditirambos mutuos, acepté la invitación de esta valiosa escritora y amiga, y vengo a decir unas palabras en su honor, con el orgullo y la satisfacción que solo puede sentir quien ha leído y estudiado a fondo su obra durante cuarenta años, siempre con respeto y admiración creciente, y porque sé que la comunidad cultural de nuestro país comparte el regocijo unánime por este reconocimiento, el más alto que se confiere en la República Dominicana a un hombre o una mujer de letras.

En este caso, una mujer cuyos atributos creadores e intelectivos abarcan la poesía, la novela, el cuento, la didáctica de la lengua, el periodismo cultural, la historia y la crítica de arte, en los que ha dejado obras axiales que la convierten en autora emblemática de su promoción, la llamada Generación del 60, en una personalidad representativa de la literatura dominicana de las últimas décadas. Y en el plano personal, su conducta de mujer auténtica, sincera, vertical, laboriosa, que ha sabido transitar sola, contra viento y marea, por el escarpado camino del quehacer crítico, enfrentándose a las conocidas limitaciones de nuestro medio, pero siempre con la frente en alto al mantener el difícil equilibrio entre el trabajo literario y la vida familiar, sin perder un ápice de su dignidad.

Antes que Jeannette Miller, solo dos mujeres han sido galardonadas con el Premio Nacional de Literatura: Hilma Contreras [2002], y María Ugarte [2006], ilustres escritoras que enaltecen las letras nacionales, y cuya obstinada longevidad hizo posible, aunque tardíamente, el inevitable homenaje.

El Premio Nacional de Literatura 2011 que esta noche entregamos a Jeannette Miller reviste entonces un doble significado: hacer justicia a una obra literaria y crítica indispensable y a una ética personal incuestionable, y ser conferido a una mujer excepcional que desde joven ha trabajado en arte y literatura, con tenacidad de hormiga y una determinación envidiable.

Se trata de una labor de alguien que no espera recompensas ni las busca, ni se envanece por los logros obtenidos; una mujer cuya vida es ejemplo de entrega al trabajo paciente y minucioso, con una probada abnegación por sus hijos, Manuel y Paloma, quienes constituyen dos poderosas razones para crear y escribir.

¿Qué podemos decir de Jeannette Miller, cuyo nombre arrastra ecos de otras lenguas, aunque es una dominicana raigal? Manuel Rueda, que acertaba en tantas cosas, en un prólogo delicioso la definió como una “rebelde amorosa”, para compendiar esa rara mezcla de agresivo talante y ternura esencial que ella reúne, cuyos descarnados versos nos golpean por su dureza, y al mismo tiempo una melancolía que cala en nuestro espíritu. Para los que no lo saben, ella pertenece a una familia donde el arte y la literatura formaban parte de los cimientos mismos de la vida hogareña. Julieta Otero, su abuela, era cantante de ópera. Su padre, Fredy Miller, fue poeta, narrador, declamador y periodista muy conocido, hasta que un mal día se esfumó de manera misteriosa en las aguas del Mar Caribe. Una desaparición que algunos ingenuos atribuyeron a un objeto volador no identificado, pero que tuvo todas las trazas de haber sido otro cruel zarpazo de la dictadura de Trujillo.

Abuela y padre, junto a la presencia de un honorable abuelo militar, dejaron en la pequeña Jeannette la firmeza, las inquietudes y el ejemplo que le sirvieron luego para crecer, desde aquella actriz infantil en La zapatera prodigiosa, pasando por la muchacha de mirada diáfana junto a un adolescente Miguel Alfonseca en Espigas maduras, hasta transformarse en una de las voces más auténticas de la literatura dominicana del siglo XX.

Se graduó de Licenciada en Letras en la Universidad Autónoma de Santo Domingo y ha sido profesora de varias generaciones, a las que entrenó en las técnicas de la ortografía y la redacción. Asimismo, a un vasto público que agradece sus orientaciones para entender y apreciar el arte dominicano de todos los tiempos. Su producción a lo largo de cuatro decenios es enorme, con cincuenta títulos de poesía, narrativa, historia y crítica del arte, veintidós trabajos realizados en colaboración con otros autores, y más de quinientos artículos en revistas y periódicos nacionales y extranjeros, que le han ganado reconocimiento internacional y numerosos galardones, incluyendo el Premio Nacional Feria del Libro Eduardo León Jimenes 2007, por su obra Importancia del contexto histórico en el desarrollo del arte dominicano. Cronología del arte dominicano: 1844-2005 (2006).

Como si fuera poco, haciendo gala de una vitalidad inusitada, ha sido jurado en casi todos los concursos nacionales de poesía, cuento y novela; colaboradora asidua de Casa de Teatro; consultora y asesora de instituciones culturales, centros y museos de arte. Podemos decir que su trabajo marca el inicio de una nueva etapa en la historia y la crítica de arte en nuestro país con su libro Historia de la pintura dominicana (1979). Su honestidad a toda prueba, sus vastos conocimientos, su valentía para decir las cosas, su sentido de equidad, su claridad expositiva, en fin, la convirtieron muy pronto en una orientadora por antonomasia, una referencia para los creadores plásticos, una voz autorizada para establecer esa tabla de valores a que aspiraba Pedro Henríquez Ureña, tan necesaria a la hora de situar en su justo lugar a los mejores y establecer las debidas jerarquías.

II

Hace muchísimos años, cuando intentaba estructurar una antología de la literatura dominicana para estudiantes de bachillerato, recuerdo que me impresionaron los poemas de Fórmulas para combatir el miedo (1972), un libro que la retrató como poeta aguerrida e iconoclasta, quien en un intento por definirse lanzaba sus versos al viento como disparos contra los falsos ídolos de una etapa oscura y desgarradora. Entonces, ahogando el grito, ella escribió: “Mi palabra, / mi verdad, / es esta vida hueca, sin engaños, / esta silla dura donde me recuesto abiertamente.” (“La silla”).

Esos instrumentos de lucha para sobrevivir ante el temor, trazados con los duros vocablos de quien se siente vulnerable pero aborrece las iniquidades sociales, fueron una especie de catarsis para exorcizar sus demonios, su angustia, su tristeza. En esos poemas ella deambula por calles de una urbe sucia y pestilente, donde todavía quedan restos del odio provocado por la guerra de abril. Para ella, la realidad externa no es una ‘hermosa flor envenenada’, sino un baldío de espinosos cactus. Ese libro presenta una cara distinta de la ciudad –la otra cara la ofrece El viento frío, de René del Risco, su compañero generacional ido a destiempo–, para proclamar su indignación sin deslizarse por la pendiente del panfleto, buscando refugio en su “mecedora enana”, en los “pesados muebles de caoba” de su casona colonial y los espacios húmedos donde calmaba su soledad y su amargura, con Botticelli y Chagall, Bergman y Polanski convertidos en iconos visuales, pero sobre todo con la dolorosa conciencia de ser una mujer vulnerable.

En esos inicios cruciales, cuando avanzaba a tientas por espacios ominosos, su sensibilidad oscilaba entre fuerzas antípodas. Vienen a mi mente dos nombres preclaros: Emily Dickinson, aquella poeta introspectiva y frágil de apasionada intensidad, que pocas veces se aventuró a salir de los predios de su casa de Amherst, Massachusetts, permaneciendo hasta su muerte recluida en su propia habitación. Y Simone de Beauvoir, aquella escritora sin pelos en la lengua para llamar a las cosas por su nombre, cuestionadora de ancestrales designios de la sociedad patriarcal y el dominio masculino que habían relegado a la mujer a una condición secundaria.

Luego de haber sentado su noción de la mujer como “piedra”, “tronco vital”, “madre de todo el orbe” en Fórmulas para combatir el miedo, prosiguió su exploración interior y del sujeto femenino en Fichas de identidad / Estadías (1985), donde profundiza en su concepto de la mujer, partiendo siempre de sí misma, en una dolorosa búsqueda que la lleva a redescubrirse mientras ausculta su ciudad, donde la muerte campea por sus fueros, provocando un vacío insoportable. Fichas de identidad recoge “Yografía”, poema en el que esboza un impactante autorretrato:

Yo / que necesito plantas, luz / palabras de ternura / que me siento a pensar en mi desgracia a plena tarde / medio masoquista / fea / profesora / Yo / que sólo con palabras presumo / me palpo / me proyecto / interpongo ideas a la carne / levanto largos muros de metal frío, devorante / entre otros y / yo / que tengo miedo a la locura, al vino, al entregarme / agarro mis recuerdos / una niña gorda, inútil, solitaria / casas de muñeca y tacitas de té / ráfagas de aire y de suspiros / entre mi abuelo no abuelo y sin mi padre / Yo / que encuentro en Franklin, Juan Francisco y otros / eso terrible que no tuve / que sé disponer letras, sílabas y nombres / cuidadosamente, agresivamente / Yo / estoy harta de mí.

En este libro, los versos de Jeannette Miller, cáusticos y ardientes, dibujan muy bien el drama de género en la sociedad contemporánea. Han pasado más de sesenta años desde la publicación de El segundo sexo (1949), sin que se hayan podido erradicar las discriminaciones contra la mujer, las manipulaciones que la convierten en una “tuerca más en nuestra pobre maquinaria”, ni hayan disminuido las veleidades de la moda o el consumismo. Para hablar de Jeannette Miller como poeta hay que emplear, pues, “el lenguaje de la pasión” –como dijo Mario Vargas Llosa que dijo Octavio Paz de André Breton cuando murió–; porque, mutatis mutandis, hay una febril intensidad en la poesía de nuestra escritora.

III

Cuando uno repasa su contribución a la historia y la crítica de arte en la República Dominicana, no puede menos que quedar asombrado ante una labor en verdad extraordinaria, tan exhaustiva, profunda y analítica, donde se ponen de relieve los hechos que han jalonado el desarrollo de las artes visuales de nuestro país, así como las expresiones más sobresalientes de la plástica nacional.

Su labor de investigación, estudio y divulgación del arte dominicano desde que comenzó a publicar en las páginas del suplemento sabatino de El Caribe, bajo la égida de su mentora y madre espiritual doña María Ugarte, prueba su entrega a la dilucidación de los asuntos medulares del ser dominicano en el arte nacional, su incansable búsqueda de un perfil de la dominicanidad, su tenaz indagación sobre los rasgos de una identidad que muchos proclaman y pocos comprenden, por tratarse de un concepto que engloba heterogeneidades, contradicciones y diferencias abismales entre la colectividad histórica a la que pertenecemos.

En este sentido, sus ensayos y artículos críticos, que van del comentario de una exposición individual o colectiva al estudio monográfico de una personalidad sobresaliente, constituyen auténticos hitos en el panorama cultural criollo, que ella ha sabido vincular con otras expresiones antillanas y continentales. Pero no sólo eso, sino también la presencia de la mujer en las artes visuales, la literatura y el pensamiento dominicanos, y la relación entre poesía y pintura, como consta en su libro Textos sobre arte, literatura e identidad (2009).

Nuestra distinguida autora ha fijado su atención en los pequeños y los grandes artistas del país, por entender que forman parte de un corpus distintivo en el concierto de las artes plásticas hemisféricas. De todos esos trabajos, hay que destacar su acierto al ocuparse de personalidades cimeras: Gilberto Hernández Ortega, José Vela Zanetti, Paul Giudicelli, José Rincón Mora, Noemí Ruiz, Gaspar Mario Cruz, Domingo Batista, y Fernando Peña Defilló, maestro de sólida formación intelectual, un artista que abrillanta con sus cuadros cada una de las portadas de los libros de Jeannette, diseñados con el esmero que sólo Ninón y Lourdita Saleme poseen.

IV

Si he dejado para el final unos breves comentarios sobre su obra narrativa es porque ya era una autora consagrada cuando publicó su primer libro Cuentos de mujeres (2002), seguido por la novela La vida es otra cosa (2005), y A mí no me gustan los boleros (2009), galardonado con el Premio Anual de Cuento.

Cuentos de mujeres presenta el mundo de la mujer dominicana en una sociedad autoritaria, visto con los ojos de las mujeres o contado por éstas. Los cuentos de Jeannette están llenos de hermosas insinuaciones y sutiles matices, que van del tono confesional a la remembranza íntima, del coloquialismo barrial a la narración objetiva. Pero, en cualquier caso, las mujeres descuellan siempre como figuras principales de la ficción. Son sus vidas las que verdaderamente cuentan, inmersas en una época de valores tradicionales.

Este orbe narrativo se caracteriza por el tono directo, escueto, de fuertes pinceladas con las que se describe una situación y se ofrece el esbozo de un personaje. Aborda los temas con pulso seguro, sin dejarse tentar por las digresiones. Algunas de las mujeres de sus cuentos viven el erotismo con el mismo desenfado y la misma insolencia que muchos hombres asumen su sexualidad, de ahí que la autora nos ofrezca, sin tapujos de ninguna índole, una mirada sincera, despojada de eufemismos; de ahí también las groserías en boca de sus personajes, para escándalo de lectores aquejados de moralina.

Respecto a La vida es otra cosa, en un ensayo he dicho que constituye un amplio fresco de tonalidades goyescas sobre la sociedad dominicana contemporánea. O, para decirlo con un símil autóctono, evoca una de esas magistrales pinturas de Hernández Ortega, pobladas de siluetas que emergen de la oscuridad de la noche con todo su dolor y desvalimiento. Aunque se han escrito en nuestro país muchas novelas de temática social, algunas de ellas muy buenas, me atrevería a decir que La vida es otra cosa marca la diferencia entre un ‘antes’ y un ‘después’, ya que sería difícil encontrar una obra de notable factura cuyo autor universalice, como lo hace Jeannette, el drama de las clases oprimidas y lo haga al margen de sentimentalismos y denuncias ideológicas, sin caídas en el manejo del lenguaje, a través de una densa estructura, nítida y fluida, en la que los personajes integran una especie de coro griego en esa inacabable tragedia que es la vida en nuestras remotas y olvidadas comunidades del interior.

La vida es otra cosa es una novela cruda, pero diáfana, de una concisión ejemplar, cuya lectura, una vez iniciada, no da respiro, atrapándonos con un puñado de historias personales que se entrecruzan sin cesar. Al escribir su novela, ella supo eludir los engañosos procedimientos del neorrealismo social que tantas obras ha malogrado, para construir un texto literario de una sobriedad impresionante. En fin, La vida es otra cosa es una vigorosa novela sobre la sociedad dominicana contemporánea. Es una obra electrizante y enriquecedora que se resiste a taxonomías y encasillamientos teóricos, cuya lectura se convierte en hontanar de fuertes experiencias humanas, o se transforma en un gigante espejo que refleja el lado oscuro e indeseable de nuestras realidades, pues junto a las bondades de un paisaje edénico donde el bienestar es privilegio de una minoría, se halla también la inclemente situación en que naufragan los olvidados de siempre.

Creo haberme extendido más de lo previsto en esta semblanza, por lo que solo me resta expresar mis sentidos parabienes a Jeannette Miller, nuestra autora galardonada con el Premio Nacional de Literatura 2011, y congratular a los miembros del jurado, y especial a la Fundación Corripio, en la persona de su presidente, don José Luis Corripio Estrada, por este acierto tan esperado y aplaudido, y exhortarle a mantener su patrocino al más alto galardón con el que se reconoce a un autor en nuestro país, por la labor de toda una vida de entrega a la literatura.