Thursday, August 26, 2010

El lápiz

"Los hombres son de de Marte y las mujeres de Venus". John Gray

Cuento de Jeannette Miller

-Siempre he querido tener un lápiz como el de ella, todo amarillo y la goma del mismo color. No es como los lápices corrientes, éste es diferente y al verlo me entran unas ganas de que sea mío, de agarrarlo y salir corriendo. El aguacero casi me impide caminar. Mientras agarro el paraguas para que ella no se moje, el lápiz brilla casi saliendo del bolsillo de su blusa y sólo necesito un descuido, un tropiezo, un leve empujón para atraparlo, cogerlo.

-Octavio me mira de vez en cuando, siempre he sabido que me quiere. A lo mejor se me declara hoy antes de que lleguemos a casa. Aunque el ambiente no ayuda con todos estos libros y el paraguas; hasta casi me caigo cuando resbalé en el charco. No sé como no se da cuenta de que también lo quiero. Este año que entramos a octavo es mi último chance. Quizás lo cambien de colegio cuando pase a bachillerato, y entonces se acabarán los paseos de ida y vuelta durante los cuales su mirada se torna codiciosa.

-¡Coooño! Si cuando se tambaleó le hubiera dado un empujoncito, el lápiz habría caído sin que ella lo sintiera. Pero Elvira vive todo el tiempo mirándome como si supiera algo. Creo que se ha dado cuenta de mis intenciones. Aunque no lo creo, es una tonta que vive hablando de telenovelas y de amores. Ya me tiene sordo con tantos disparates. Si no fuera por el lápiz y la seguridad de que lo voy a conseguir, ni siquiera le dirigiría la palabra.

Dignidad

Cuento de Jeannette Miller

Los platos se tambaleaban uno encima del otro y los pedazos de pechuga cordon bleu, medallones de ternera con salsa bernesa, enormes trozos de mero a la bretona y camarones jumbo medio mordidos, se apilaban junto a langostas importadas de la India con las colas casi llenas de una carne tersa y sonrosada. Todo se desparramaba por los bordes de la porcelana blanca y dorada, marchitando los colchones de lechuga verde, que amortiguados por corazones de arroz amarillo, apenas lograban el equilibrio sobre montañas intactas de puré de papas y suflé de plátanos dulces coronados con tiras de morrones rojos. Los pedazos de clavos y canela, al quedar aplastados, expelían sus últimos aromas, mientras que sobre la mesa unas pequeñas tartaletas de quiche lorraine formaban línea para llevar las manos directamente hacia el cerdo casi entero que acababan de traer del comedor.

Ya el pavo había recibido sus honores y los restos de perdices españolas atravesaban el gaznate de Julio, el chofer, quien más que gordo era rechoncho, pero sumamente diligente cuando se trataba de masticar. Permanecía sentado en la cocina recibiendo los primeros restos de las bacanales que sus jefes solían organizar, y con una lengua larga y afilada sorbía los pedacitos de bacon que se sumergían en las cremas de leche de los quiches o los trocitos de pechuga de los bolovanes, y botaba los caparazones de masa porque decía que no quería llenarse antes de probarlo todo. Las copas de vino blanco y tinto, algunas casi intactas, lo ayudaban a bajar la mezcolanza alimenticia, mientras Paula le decía que perdonara algunas sobras, que iba a acabar muriéndose de un ataque al corazón.

Por lo menos dos veces a la semana, Julio, Paula, Regina y Cecilia eran testigos de aquel derroche que, aunque les permitía salir con fundas repletas de sobras para sus familias, ocasionaba un desasosiego en sus mentes amaestradas por años de servidumbre, que, sinembargo, percibían que aquello no estaba bien. A veces se peleaban y la recogedera se convertía en una fiesta de manotazos rápidos, en la que por el afán de ganar el título de quién había comido más, engullían las sobras sin masticar, teniendo en varias ocasiones que brincar por los efectos de la jartura que los ahogaba, especie de castigo por ceder a una gula impúdica y pecaminosa, en su afán de igualarse a quienes eran sus jefes, por lo menos embuchando lo mismo que ellos comían.

El único que no participaba era Manuel. Había cuidado el jardín de la casa por más de treinta años y no olvidaba el día en que siendo aún muy joven, la viuda Jiménez lo contrató, dándole las indicaciones para cada planta. Las que llevaban poca agua, las que no debía mover nunca, las que necesitaban más sombra que sol, las que había que lavar cada semana pasando un paño con agua y vinagre a las normes hojas verdes y gruesas, que sólo con tocarlas producían placer. Y él se empeñó en seguir sus ódenes de manera estricta, por lo que logró entablar un diálogo con la señora amable y distinguida, basado en su mutuo interés por los árboles y la flores.

Cada mañana con el sol apuntando por el Este, llegaba sin hacer ruido y cuando Paula comenzaba a colar café, ya él había sentido el frescor del rocío que se depositaba en las bromelias, y las secaba una a una para que no se convirtieran en criadero de mosquitos. Cuando trabajaba se le olvidaba el tiempo, conocia cada una de las matas como si fueran personas. Sentía cuando iban a secarse y hacía todo lo posible por mantenerlas vivas y sanas, cortando las partes inservibles, reforzándolas con pedazos de madera, poniéndoles abono y conversando con ellas. Más de una vez, la señora lo acompañaba dándole instrucciones de cómo hacer, y conversaban sobre la luna y la sequía, y ella le preguntaba por la mujer y el hijo.

Pero de eso hacía mucho tiempo. Cuando murió la doña, su hija lo heredó con el jardín, y aunque en algunas ocasiones manifestó en voz alta que iba a contratar un paisajista para modernizar el patio, no lo hizo porque en el testamento su madre asignaba a Juan el mismo sueldo en caso de que lo despacharan o se tuviera que retirar. Miserable como son los ricos, Amalia no quiso que el viejo recibiera un sustento sin sudar y lo dejó trabajando, pero nunca le aumentó el sueldo ni olvidó hablarle en un tono altanero y sólo para quejarse, cuando lo veía poniendo agua a los pajaritos que venían en la mañana y al atardecer.

Manuel se mantenía barriendo el patio hasta dejarlo impecable. Todas las mañanas a primera hora regaba los helechos y las palmeras, las rosas y los geranios dejando para el final los árboles frutales a los que removía la tierra para que no perdieran el vigor y llegada la época parieran como debía ser. Cuando se acercaba el medio día, el rostro se le volteaba de manera involuntaria esperando que Paula recordara que él estaba ahí, que en el patio había un hombre trabajando desde el amanecer y al que le daba hambre. Pero Juan era incapaz de pedirle ni un vaso de agua. La única vez que lo hizo la vieja le dijo que se pegara de la manguera y desde entonces él llevaba un galón con agua que su mujer hervía y a la que agregaba algunas gotas de cloro, pero tenía muy mal sabor. La cocinera se la pasaba en chismes averiguando los pleitos de sus jefes producto de los amoríos del marido que se creía un príncipe, – la última cocacola del desierto- como había oído que decían los muchachos. –Pero ése no es más que un buen vividor-, repetía la vieja acalorada y echándose fresco con un pericón de guano que le habían regalado hace muchos años en una fiesta de campo donde había tocado Ñico Lora, y aunque había perdido buena parte del borde y le faltaba la última sílaba al nombre del famoso acordionista, no había quien se lo hiciera cambiar.

Juan seguía barriendo y el estómago se le retorcía pues el dinero de la quincena no daba a basto y sólo había bebido un té claro hecho con unas ojas de naranja y limoncillo. Ya eran casi las dos y no se había echado nada en el estómago, pero hoy tocaba pago y aunque fuera tarde iba a tratar de llegar al mercado popular que abrían en la Duarte, a ver si los cheles le rendían, porque la comida estaba por las nubes, el muchacho había salido torcido, -desde los trece años dejó la escuela y se metió en drogas-, y ahora su vida se había convertido en un entra y sale de Hogares Crea, donde Juan tenía que buscar las medicinas; y en varias ocasiones después de pagar la luz y teniendo que comprar el agua a los camiones porque a su barrio no llegaba, el dinero no alcanzaba para que pudieran comer.

No había cumplido cincuenta años y parecía un anciano. El color canela que había tenido en su juventud se fue poniendo gris, y la piel, de tan seca, estaba dividida por unos surcos finos que formaban como escamas. Era un hombre delgado y enjuto, de estatura mediana; la jardinería le había curvado levemente la espalda y quienes lo conocían, al ver su ropa desteñida, pero limpia y planchada, sabían que detrás de esos ojos mansos y de esa sonrisa de grandes dientes amarillos, había un corazón lleno de valentía y dignidad.

Cerca de las tres y con mareos vislumbró la figura de Paula en la puerta trasera haciéndole señas con una cara feroz. Él puso las tijeras debajo del guanábano y oyendo los improperios de la vieja se acercó. – Oye, los jefes se fueron anoche a La Romana y la doña llamó que llegarán mañana. Así que nos jodimos, hoy no vamos a cobrar. La cara de Juan se transfiguró de desilusión y fue tan evidente su necesidad, que Paula se conmovió y le dijo –Espérate. A los pocos minutos llegó con una funda plástica llena de comida, toda revuelta, como si fuera para dársela a un animal. –Toma estas sobras para que comas y lleves a tu casa. Así te aguantas hasta que paguen mañana.

Todavía no sabe de dónde salió la voz de su padre, cuando siendo un niño y lo ayudaba a sembrar en el conuco, le dijo mientras paraba de trabajar –Mi’jo, ute’ puede pasar todo en la vida, jata jambre, pero recuerde que ute’ ej un hombre, nunca pierda su dignida’.

Juan miró a la cocinera sin rencor, y de manera calma, como todo lo que hacía, le dijo - No, gracias, a mi mujer no le gusta que le deje la comida que me guarda para cuando yo llego de trabajar.

Jeannette Miller


Tuesday, August 24, 2010

PREMIO NACIONAL DE CUENTO
JOSÉ RAMÓN LÓPEZ
Veredicto del Jurado

Obra ganadora: “A mí no me gustan los boleros”
Autor: Jeannette Miller.


Veredicto: El jurado integrado por los escritores Julio Adames y José Acosta, de República Dominicana, y Rita de Maeseneer de Bélgica, después de leer y evaluar las 34 obras presentadas al concurso, decidieron otorgar, por unanimidad el Premio Nacional de Cuentos José Ramón López a la obra: “A mí no me gustan los boleros” de Jeannette Miller.

El jurado consideró que el libro de cuentos “A mí no me gustan los boleros” de Miller, mantiene un ritmo escritual de principio a fin, sin caer en la zona movediza de los titubeos y las distracciones que pudieran en algún momento resquebrajar las tensión del relato y deshacer la atención del lector.

Que se trata de un texto que imanta por la fuerza y la verosimilitud con que son narradas las pequeñas historias cotidianas que lo componen sin caer en la trivialidad ni en la sensiblería barata a que nos tiene acostumbrados la literatura Light.

Que es un libro coherente, bien logrado, que muestra a la mujer en pleno dominio de sus pequeñas derrotas cotidianas, con una prosa limpia, clara y fluida y personajes bien delineados.

Que el libro va aunando unas historias centradas en individuos que se enfrentan entre ellos y/o a diferentes contextos, donde Miller va juntando pequeñas escenas de vida, unas marcadas por la dignidad, otras por la pose y la máscara, o por ambas a la vez. Son quince momentos que provocan un placer de lectura y nos incomodan un tanto. No se plantean los problemas de la (con) vivencia de una manera grandilocuente sino desde la observación de la intimidad de las vidas de los pequeños sucesos que causan conflictos.

Que en la obra la autora juega con diferentes registros estilísticos, desde lo coloquial hasta juegos sonoros rebuscados. La música popular, y en particular el bolero, aparece en algunos cuentos como otra melodía que enriquece el juego narrativo, y se percibe un distanciamiento irónico por parte de la instancia narrativa en la manera lacónica de observar la vida de los personajes.

Thursday, February 11, 2010

LA GENERACIÓN DEL 60

La Generación del 60 y la literatura dominicana contemporánea

Por Jeannette Miller


En la historia de la literatura dominicana, los años sesenta fueron esenciales para dar forma a una actitud de apertura que partía del rechazo al régimen de Rafael Trujillo (1891-1961) y que posteriormente fue evolucionando hacia un concepto de libertad entendida como justicia social.
Numerosas agrupaciones de escritores y artistas surgieron durante esa década clave en la historia dominicana y podemos afirmar que son ellos quienes, a través de una actitud desacralizante y experimental, crean la zapata para los movimientos literarios que se desarrollan en las tres últimas décadas del siglo XX.
Ya los creadores dominicanos habían vivido la inyección de la modernidad con la llegada de importantes artistas y escritores europeos a lo largo de la década de 1940, años en los que el rechazo al régimen se valió del surrealismo y de la abstracción como lenguajes.
La vieja lucha por definir una identidad cambiante edificada en el trasiego y la disidencia, presentó entonces como objetivos territorio, raza, dictadura, trópico, magia… creando una amalgama que produjo trabajos diferenciadores, tratando de unificar los lenguajes europeos con el sincretismo blanco-negro que subyacía en nuestras conformaciones y en nuestras respuestas culturales como conglomerado social entroncado en el Caribe. Esas propuestas permanecerían hasta la década de 1960.
El ajusticiamiento de Trujillo en 1961, puso fin a la cabeza de una dictadura que había permanecido durante treintún años (1930-1961) influyendo en una mentalidad general que podríamos definir a grandes rasgos como conformista y desinformada. Los extremos de una satrapía sangrienta y deleznable culminaron no sólo en la decapitación del régimen, sino que sacaron a flote toda esa subyacencia que mantenía viva la esperanza en una sociedad ávida de justicia. Esta mentalidad es la que distingue la década de l960, un período de derrumbes y sepulturas, pero también de nuevas definiciones y aperturas1.
El concepto de identidad asume no sólo la definición de hombre, paisaje y hábitat, sino la negritud y la militancia política e ideológica.
Uno de los aspectos que mejor define la sociedad y el artista de esos años es la capacidad de vislumbrar alternativas; producto de esto se realizaron trabajos experimentales que ante todo querían borrar lo que oliera a pasado.
En esta carrera de sustituciones necesarias, y algunas veces injustas, surgieron más que nunca artistas y escritores que canalizaban su urgencia de expresar sentimientos producidos por una realidad que demandaba posiciones extremas.
Dentro de este contexto surgen trabajos inmediatistas que sólo alcanzaron el valor de incidir en el momento, pero también obras trascendentes que han pasado a la literatura dominicana como representativas de una época de cambios en todos los órdenes.
La vivencia directa del drama, las exigencias de una epopeya que se vivía día a día, lleva a los escritores a tomar conciencia del pasado a través del presente, en una búsqueda dramática de referentes a los cuales asirse, en medio de un período de cuestionamientos y desacralizaciones. Ese proceso de conciencia y cambio se reflejó en la producción artística y literaria.
En 1961, el ajusticiamiento de Trujillo dinamiza las inquietudes de una juventud que se tira a la calle y participa en movilizaciones que clamaban por justicia para luego atrincherarse en movimientos y grupos políticos mayormente de izquierda.
Un grupo de escritores jóvenes se agrupan alrededor de Brigadas dominicanas (1961-1962), una publicación dirigida por Aída Cartagena Portalatín (1918-1994) quien había sido parte de La Poesía Sorprendida2, quizás el movimiento de mayor importancia en el desarrollo de la literatura dominicana. Cartagena era profesora en la Universidad Autónoma de Santo Domingo (UASD), y Miguel Alfonseca (1942), Grey Coiscou (1939), Tete Robiú (¿?-¿?), Carlos Acevedo (¿?-¿?) y otros jóvenes escritores la frecuentaban, sin que faltara una figura de la Generación del 48: Máximo Avilés Blonda (1931-1988).
Más adelante, ellos y otros escritores emergentes de la década de 1960 también publicarían en Testimonio (febrero de1964-agosto de 1967), una revista literaria dirigida por Lupo Hernández Rueda (1930), Luis Alfredo Torres (1935-1992), y Alberto Peña Lebrón (1930), que tuvo como jefe de Redacción a Ramón Cifré Navarro (¿?), miembros todos de la llamada Generación del 483, y que recogió parte importante de la producción literaria antes, durante y después de la Revolución de Abril (1965).
Los hechos posteriores al ajusticiamiento de Trujillo en 1961: elección de Juan Bosch como presidente constitucional (1962), su posterior derrocamiento a los siete meses de haber subido al poder (1963), la Revolución de Abril en 1965, y casi de inmediato la Segunda Intervención Norteamericana en el país (28 de abril de 1965), enmarcan un período de movilizaciones, protestas, luchas y conquistas sociales a las que se integran los artistas.
En 1962, y promovido por Silvano Lora (1931-2003), se crea el movimiento cultural Arte y Liberación que nucleó a creadores de distintas disciplinas. Poetas, pintores, escultores, músicos, gente de teatro, constituyeron un grupo disidente y multidisciplinario unificado por inquietudes políticas y sociales.
Miguel Alfonseca (1942-1944), Jacques Viaux (Puerto Príncipe, 1942-Santo Domingo, 1965), Jeannette Miller (1944), Delta Soto (¿?), Héctor Dotel Matos (¿?), José Ramírez Conde (Condecito) (1940-1987), Norberto Santana (1943), José Cestero (1937), Oscar Luis Valdez Mena (¿?-¿?) y muchos más, fueron parte de este grupo. Leían sus poemas en las plazas públicas y en los sindicatos, enfrentaban las bombas y los ametrallamientos con palabras y cuadros, con canciones, murales y pancartas que exaltaban a un ser humano no sólo redimido de la opresión de la dictadura, sino en la búsqueda de mejores condiciones de vida para los desposeídos.
Textos inmediatos escritos bajo la urgencia de testimoniar lo acontecido fueron leídos en recitales públicos que resultaban mítines por la cantidad de gente que acudía a oírlos. De vez en cuando poemas de Lorca, Neruda, Evtuchenko… se insertaban para dejar sentada la esperanza en el hombre nuevo.
En ese período surgen los murales efímeros hechos por Silvano Lora (1931-2003), Ramón Oviedo (1927), Ramírez Conde (1940-1987), Asdrúbal Domínguez (1936-1987)… sobre cartón piedra, o papel de estraza, con pintura corriente, con colores elementales: negro, rojo, verde; grupos agigantados por el diseño curvo, líneas verticales en la parte superior chocando con el aglomeramiento de casas, techos, platos vacíos y gentes en la parte inferior, logrando imágenes que proyectaban agresión, con un dramatismo brutal y conmovedor.
El artista sabía que los tiempos que le habían tocado eran de desacralización, de tirar por el suelo los viejos modelos y las estatuas mudas, cómplices; un tiempo de dinámicas innovadoras a partir de las cuales surgirían nuevas fórmulas visuales y textuales. Era una inyección de modalidades distintas, de lenguajes y formas de vanguardia siempre ligadas a la dinámica de la conmoción humana.
Ya antes, en la década de 1940, una modernidad4 reforzada por la ola migratoria de intelectuales europeos había utilizado el surrealismo y la abstracción (automatismo) como lenguajes para disimular el rechazo al régimen. En ese ambiente había surgido el movimiento La Poesía Sorprendida con artistas multidisciplinarios como Gilberto Hernández Ortega (1924-1979) y Eugenio Fernández Granell (1912-2001) quienes abarcaron pintura, literatura y música.
La llegada de los académicos y artistas del Viejo Continente actuó como una especie de tapa al pomo en cuanto a la asunción de los conceptos modernos que nos atañían como cultura y como pueblo.
Territorio, raza, dictadura, trópico, magia… crearon una amalgama que produjo trabajos diferenciadores tratando de unificar los lenguajes europeos con el sincretismo blanco-negro que subyacía en nuestras conformaciones y en nuestras respuestas como conglomerado entroncado en el Caribe.
Buenos ejemplos de esto fueron, durante los 40, Franklin Mieses Burgos (1907-1976), Freddy Gatón Arce (1920-1994), Manuel Rueda (1921-1999), Hilma Contreras (1913-2003), Manuel del Cabral (1907-1999), Rubén Suro (1916-2000), Héctor Incháustegui Cabral (1912-1979), Pedro Mir (1913-2000), Tomás Hernández Franco (1904-1952); a excepción de Suro que formó parte de Los Nuevos, la mayoría estuvieron ubicados en los Independientes del 40 y en la Poesía Sorprendida. Casi al finalizar la década surgió la Generación del 48, compuesta por Máximo Avilés Blonda (1931-1988), Ramón Cifré Navarro (1926-1980), Abel Fernández Mejía (1931-1997), Lupo Hernández Rueda (1930), Juan Carlos Jiménez (1929-1960), Rafael Lara Cintrón (¿?-¿?), Alberto Peña Lebrón (1930), Luis Alfredo Torres (1935-1992), Rafael Valera Benítez (1928-2001), Abelardo Vicioso (1930-2004) y Víctor Villegas (1924); quienes abarcaron con su producción los años 50, al igual que el independiente Juan Sánchez Lamouth (1928-1968), y otros.
La década de 1960 resulta determinante para la sociedad dominicana y los artistas y escritores que formaron parte de ella unen a la necesidad de cambio y el sentido de lo efímero, una producción profundamente humana que logra una dinámica de choque, de enfrentamiento.
Independientemente del año de nacimiento y de haber o no publicado un libro, los escritores que surgen e interactúan durante el marco de época delimitado por el ajusticiamiento de Trujillo (1961) y la Revolución de Abril (1965) son los que componen la llamada Generación del 60, también denominada Promoción del 60 por algunos críticos literarios, ellos fueron: Miguel Alfonseca (1942), Antonio Lockward (1943), Juan José Ayuso (1940), Grey Coiscou (1939), Jacques Viaux (1942-1965), Jeannette Miller (1944), Héctor Dotel (¿?), Rafael Añez Bergés (¿?), René del Risco (1936), Iván García (1938), Armando Almánzar Rodríguez (1935), Efraín Castillo (¿?), Arnulfo Soto (Miñín) (¿?); y dos escritores integrados de la década de 1950: Marcio Veloz Maggiolo (1936) y Ramón Francisco (1929). La mayoría perteneció a Arte y Liberación (1962), al Frente Cultural (1965) y al grupo El Puño (1967)5.
La dinámica seguida por estos escritores que se encontraban en diversos grupos puede sintetizarse como sigue:

1. Se agruparon más por motivos políticos que por propuestas estéticas.
2. Perseguían la erradicación de los remanentes trujillistas y justicia social para los desposeídos.
3. Su modelo fue, mayormente, la literatura comprometida.
4. Se reunían en tertulias, especie de talleres y círculos de estudio, donde realizaban lecturas de sus trabajos y se estimulaba al conocimiento de autores extranjeros y nacionales.
5. Proponían la no validez de lo escrito en el pasado por asociarlo con la dictadura, y, buscando cambios y transformaciones que representaran el momento social y político por el que atravesaba el país; ejercieron una apertura que integró a creadores de distintas disciplinas.
6. Introdujeron la técnica del collage y el tono coloquial en la poesía dominicana.
7. La producción posterior a 1965 incorporó la ciudad y lo cotidiano en sus textos, reflejando un vacío existencial producto de la derrota de la Revolución de Abril.
8. Asumieron un concepto de identidad compleja, crítica y contestataria que estuvo unida a la capacidad de vislumbrar alternativas.

Para la Generación del 60, Franklin Mieses Burgos (1907-1976) y Manuel Rueda (1921-1999) fueron nortes en el acercamiento a la poesía dominicana; también Freddy Gatón Arce (1920-1994). La voz de Héctor Incháustegui Cabral (1912-1979), llegó a través de Máximo Avilés Blonda (1931-1988), y entró con versos que aludían a Carlos Marx6.
El apoyo paternalista de Marcio Veloz Maggiolo (1936) y Ramón Francisco (1929-¿?) creció cuando se formó El Puño en 1966. Las tertulias domingueras se realizaban en sus casas, y sus opiniones actuaban como directrices y estímulos de discusión.
Arte y Liberación (1962), el Frente Cultural (1965), El Puño (1966), La Isla (1967), La Antorcha (1967), La Máscara (1968)...7 son los principales grupos que se forman; muchos de ellos multidisciplinarios (Arte y Liberación, El Puño, La Máscara…), incluían poetas, narradores, dramaturgos, pintores, dibujantes, muralistas, escultores, músicos, etc.
Es importante enfatizar que durante los años sesenta los nexos entre pintores y poetas se estrecharon. Hombres y mujeres sensibles, la muerte de Trujillo (1961) y la Guerra de Abril (1965) los había impactado y su producción tomó el lado de los humildes, de los insurrectos, de los de abajo...
En los recitales de Arte y Liberación los poemas recién escritos de Miguel Alfonseca y René del Risco hablaban sobre el último ametrallamiento que Ramírez Conde y Silvano Lora (1931-2003), habían pintado en vallas y muros.
Entre los aportes de la Generación del 60 al lenguaje poético, el escritor chileno Baeza Flores destaca el uso del collage que fue inicialmente un recurso pictórico: «El aporte del collage a la lírica dominicana es un recurso visual-emocional, mental-sugeridor de que se valen algunos de estos poetas para mostrar una realidad determinada... Collage es una palabra francesa que significa encoladura. Si aplicamos la idea de collage a un poema, queremos significar con ello que se trata de «pegar» algo en el poema, algo que está «recortado de otra cosa» –digamos en este caso: tomado o desprendido de la propaganda comercial– y que «pegamos», agregamos en el poema para ofrecer un contraste con otros elementos líricos; para darle una dimensión con un añadido «de una realidad distinta». Y el uso del collage nos lleva al cubismo como pintura, pues es desde el cubismo que nace la idea de «pegar» o «encolar» diversos elementos...
«Los tres poetas de 1965 que aplican y representan –e inventan– el collage en la poesía dominicana son Juan José Ayuso, Jeannette Miller y Grey Coiscou. Y en la nueva promoción de los poetas de 1965, Héctor Díaz Polanco y Enriquillo Sánchez...»8.
En los poemas de Ayuso, Miller, Coiscou, Díaz Polanco y Sánchez (1947-2004), el collage reafirma el tono informativo incluyendo slogans y frases de la propaganda, en textos donde lo auditivo y lo visual se integran para enriquecer el texto.
Al igual que Eligio Pichardo (1930-1984), Paul Guidicelli (1921-1965), Silvano Lora (1931-2003) y Fernando Peña Defilló (1928), a finales de los cincuenta y durante la década de 1960, remueven el concepto de la pintura sobre tela, aplicando pegostes y haciendo collages con elementos extrapictóricos, que era lo mismo que hacer la revolución en el cuadro, abriendo, a través de la desacralización en el uso de los materiales y una actitud innovadora y experimental que iniciaría el arte contemporáneo dominicano; Juan José Ayuso, Grey Coiscou, Jeannette Miller, Díaz Polanco y Enriquillo Sánchez experimentan con el verso convirtiendo las palabras en bloques con significados independientes y generadores de múltiples interpretaciones, preambulando lo que luego sería un planteamiento mucho más amplio y de sólida base conceptual: el pluralismo, movimiento que surgió en 1974, liderado por Manuel Rueda (1921-1999), y que proponía la hechura de textos contemporáneos, basados en la integración de múltiples disciplinas (pintura, música, etc.) en el escrito9.
En otro sentido, Miguel Alfonseca y René del Risco trascendieron el peligro del tema comprometido para lograr una producción poética y narrativa de trascendencia. Arribo de la luz (1965) de Alfonseca y El viento frío (1967) de Del Risco, son textos ineludibles para conocer la poesía de la que parte la producción dominicana de la segunda mitad del siglo XX; Delicatessen (Alfonseca) y Ahora que vuelvo Tom (Del Risco), dos narraciones impostergables en cualquier antología de la narrativa dominicana.
Igualmente, los escritores de la Generación del 60 refuerzan la angustia existencial con la ciudad como tema en sus poemas, cuentos y novelas: El viento frío (1967), de René del Risco; La ciudad en nosotros (1972), de Rafael Añez Bergés; Fórmulas para combatir el miedo (1972), de Jeannette Miller…
Resulta difícil establecer parámetros definitivos de enjuiciamiento para un grupo amplio de escritores disímiles, cuya mayor importancia proviene de la época en que les tocó emerger (1961-1965).
Sin embargo, es innegable que las características de búsqueda, apertura y ruptura que definen las producciones de los escritores que emergieron en la primera mitad de la década de 1960, sientan las bases para una actitud abierta y desprejuiciada que conmovió la literatura hecha hasta entonces, para luego regresar, en los setenta y ochenta, al rigor de la forma como concepto.
Partícipes de un momento convulsivo y determinante en la historia dominicana, los escritores de la Generación del 60 respondieron al momento que les tocó vivir comprometiéndose con el ser humano, más que con ellos mismos.
Muchos de sus miembros produjeron escritos amarrados a las ideologías políticas y a las propuestas de liberación social que quedaron como muestra de lo acontecido; otros, los que pudieron hacer la revolución en el texto, han trascendido su época, permaneciendo como presencia ineludible en la historia de la literatura dominicana.


Bibliografía

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Álvarez, Soledad. La ciudad en nosotros. (La ciudad en la poesía dominicana). Antología. Santo Domingo, Ediciones de la Secretaría de Estado de Cultura, 2008
Baeza Flores, Alberto. La poesía dominicana en el siglo XX. Santiago, Universidad Católica Madre y Maestra, 1976.
________. Los poetas dominicanos del 1965: una generación importante y distinta. Colección Orfeo, Santo Domingo, Biblioteca Nacional, 1985.
Céspedes, Diógenes. Lenguaje y poesía en Santo Domingo en el siglo XX. Colección Arte y Sociedad No. 19. Santo Domingo, Editora Universitaria UASD, 1985.
Conde, Pedro. «Los raros». El Siglo, 4 de abril de 1991, p. 7.
Hernández Ortega, Gilberto. Poemas de soledad y luz (1961-1965). Santo Domingo, Editora Montalvo, 1966.
________. Las eternas palabras. Santo Domingo, Editora Taller, 1972.
La Poesía Sorprendida. Edición completa 1943-1947. Santo Domingo, Editora Cultural Dominicana, 1974.
Mateo, Andrés L. «Santo Domingo en la literatura», en Santo Domingo, elogio y memoria de la ciudad. Colección Cultural Codetel. Santo Dominigo, Amigo del Hogar, 1998.
Mena, Miguel D. Santo Domingo. Su poesía. Santo Domingo-Berlín, 2003.
Mieses Burgos, Franklyn. «Clima de eternidad», Obras completas. Santiago, Universidad Católica Madre y Maestra, 1986.
Miller, Jeannette. Historia de la pintura dominicana. Santo Domingo, Amigo del Hogar, 1979.
________. Fernando Peña Defilló: mundos paralelos. Santo Domingo, Amigo del Hogar, 1985.
Pueblo, sangre y canto. Publicación del Frente Cultural. Santo Domingo, Sin nombre de editora, 1965.
Raful, Tony y Pedro Peix. El síndrome de Penélope en la poesía dominicana. Colección Orfeo. Santo Domingo, Editorial Santo Domingo, 1986.
Rueda, Manuel Rueda y Lupo Hernández Rueda. Antología panorámica de la poesía dominicana contemporánea (1912-1962). Los movimientos literarios. Santiago, Universidad Católica Madre y Maestra, 1972.
Sánchez, Enriquillo. La poesía bisoña (poesía dominicana 1960-1975) Reseña y antología. Santo Domingo, Editora Casanova, sin fecha.
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Veloz Maggiolo, Marcio. «El Puño: Una época de nuestra cultura». Rincón de la palabra, periódico Hoy, 30 de agosto de 1984.
www. ecritoresdominicanos.com

Notas al pie de página
1 Jeannette Miller, «Norberto James Rawlings, La patria portatil». Afro-hispanic Review. Vol. 27, Nbr. 2 (Nashville, Vanderbilt University, 2008).
2 En el orden literario la Poesía Sorprendida surge en 1943 como un movimiento de apertura y puesta al día en cuanto a la literatura universal, con el lema «Poesía con el hombre universal», postulado que resultaba revolucionario, si tomamos en cuenta las restricciones y censuras del régimen de Trujillo, un régimen irracionalmente represivo. Fueron sus integrantes: Rafael Américo Henríquez, Manuel Llanes, Franklin Mieses Burgos, Aída Cartagena Portalatín, Manuel Valerio, Freddy Gatón Arce, Manuel Rueda, Mariano Lebrón Saviñón, Antonio Fernández Spencer y José Glass Mejía. Desde su surgimiento publicaron la revista La Poesía Sorprendida (octubre de 1943-mayo de 1947) que alcanzó 21 números hasta la disolución del grupo en 1947. Nunca defendieron ni halagaron al régimen de Trujillo y se les identificaba como opositores a la dictadura. Ver www. escritoresdominicanos.com
3 Se llamó Generación del 48 al grupo de escritores compuesto por Máximo Avilés Blonda, Ramón Cifré Navarro, Abel Fernández Mejía, Lupo Hernández Rueda, Juan Carlos Jiménez, Rafael Lara Cintrón, Alberto Peña Lebrón, Luis Alfredo Torres, Rafael Valera Benítez, Abelardo Vicioso y Víctor Villegas, que dio a conocer sus primeros escritos en la sección «Escolar» del periódico El Caribe, dirigida por la intelectual española María Ugarte en mayo de 1948. El objetivo del grupo era integrar lo dominicano a lo universal. La mayoría de los críticos descartan la denominación de Generación del 48 y prefieren Grupo del 48… Según Lupo Hernández Rueda «los poetas del 48 aprovecharon la universalidad de la Poesía Sorprendida y el nacionalismo de los Independientes del 40 para producir una poesía de testimonio, esencialmente política, que recreando la historia, buscando nuestras raíces sociológicas, redescubre y afianza el paisaje nacional, canta al hombre y su destino transmutando en la palabra nuestra realidad en sus dimensiones humanas y universales».
Crearon la colección «El Silbo vulnerado» y aprovecharon las solapas de los primeros libros publicados para difundir los ideales y las metas del grupo… Ver www.escritoresdominicanos.com
4 Aplicamos el termino poesía moderna a la producción poética que abarca desde el simbolismo francés (Baudelaire) y el modernismo hispanoamericano (Rubén Darío), culminando en las llamadas vanguardias que lo cuestionaban: ultraísmo (Vicente Huidobro), etc.
5 La producción poética de la Generación del 60 se divide en dos períodos, uno que va desde 1961 hasta 1965 y otro desde 1965 hasta 1978. El primer período (1961-1965) está integrado por Miguel Alfonseca, Jeannette Miller, René del Risco Bermúdez, Antonio Lockward Artiles, Juan José Ayuso, Pedro Caro, Añez Bergés, Grey Coiscou, Héctor Dotel y el domínico-haitiano Jacques Viaux, quienes presionados por la necesidad de cambios que demandaba la sociedad dominicana de aquellos días, se dedicaron a escribir una poesía cuya meta esencial no fuera escamotear la realidad, sino exponer la problemática nacional de manera que ésta pudiera ser asimilada por la mayoría de los dominicanos. Ver www.escritoresdominicanos.com
6 Iluminar, el presente con pasado:
carbón, Aristóteles, Platón
Esquilo, petróleo, Cervantes,
y el pasado con presente:
Marx, Freud, toda la ciencia
acumulada, Einstein.
La eternidad con lo eterno:
Buda, Confucio, Jesús

(Héctor Incháustegui Cabral. Poemas de un sola angustia. Obra poética completa 1940-1976. Santo Dominigo, UCMM, 1978, p. 396).
7 «A partir de 1965 aparecieron varias agrupaciones literarias que funcionaban como pequeños talleres literarios. En ellas se reunían los Independientes del 48, los poetas de la Generación del 60 y los poetas post-guerra. El orden de aparición de estas agrupaciones es como sigue: El Puño (1966), en la que militaban Iván García, Miguel Alfonseca, Enriquillo Sánchez, René del Risco Bermúdez, Ramón Francisco y Marcio Veloz Maggiolo; La Isla (1967), integrada por Antonio Lockward Artiles, Wilfredo Lozano, Norberto James Rawlings, Andrés L. Mateo y Fernando Sánchez Martínez; La Antorcha (1967), que agrupaba a Mateo Morrison, Soledad Álvarez, Alexis Gómez Rosa, Enrique Eusebio y Rafael Abreu Mejía; La Máscara (1968), compuesto por Aquiles Azar, Héctor Díaz Polanco y Lourdes Billini. Al mismo tiempo funcionaba el Movimiento Cultural Universitario (MCU), que reunía en sus secciones sabatinas de literatura a casi todos los grupos antes mencionados, más los poetas y escritores que provenían de los clubes culturales localizados en los barrios marginados de Santo Domingo y que no pertenecían a ninguna parcela literaria». Ver www. escritoresdominicanos.com
8 Alberto Baeza Flores, Los poetas dominicanos del 1965: una generación importante y distinta. Colección Orfeo. Santo Domingo, Biblioteca Nacional, 1985, pp. 244-246.
9 Aplicamos el término poesía contemporánea de República Dominicana a la producción poética que se realiza a partir de la década de 1950-60 y que trabaja corrientes como el cosmopolitismo, el neorrealismo existencial, el experimentalismo, el contextualismo, etc. replanteando y redimensionando muchas de ellas.

Enamorada

(Perdón Huidobro)

Por Jeannette Miller

Porque te vas delante
como si un viento secreto pulsara tus tobillos
la nuca pegada a mi mirada
los pasos agarrados a tu loco deseo de huir.
Porque miras al frente cuando te requiero
y una terquedad de triunfo se une a mi tristeza
y las pajareras del recuerdo emponzoñan mi vientre
y se tiran a idear tu pasado
a imaginar tu vida no conmigo
a agredir mi paz en retirada
que resulta de fiestas y cocteles que rechazo
a los que asisto para separarte en el espacio
para ladearte un poco más
a ver si pueblas el abismo.
Y camino a mi sangre secreta
arcón lIeno de óxido y puñales
estilete que divide mi escasa biografia de carne con espiritu
y asisto al diario descender
único pálpito
vida muriendo detenida
calma aparente que me fija en esferas sangrantes como un cuerpo asesinado
como un tren fuera de tiempo vagando por rutas fantasmales.
Yes un golpeo de cemento y tierra
verba y lIuvia
aire que me cuela la vida.
Y por ti no me importa
espero a cada rato tu limosna perro de mirada vidriosa
pero no lIega
no lIega tu entresitio
no lIega tu entretiempo
tu entrecielo
tu entrehielo,
tu entreniebla
tu entremiedo
no lIega tu entrefuego
tu cálida entrepierna entre la mía
sobremía
algamia
ala mia
vuelo que me libertará para la vida.