La Gorda
Por Jeannette Miller
A las dos de la tarde la campanilla del dulcero rompía el muro de sol cegador y yo corría a empinarme en el banquito
hace voltear la cara. Pago rehuyendo el contacto de la mano húmeda, blanquecina por el jabón. No sé cuánto tiempo estuve frente a aquella Pago rehuyendo el contacto de la mano húmeda, blanquecina por el jabón. No sé cuánto tiempo estuve frente a aquella stoy molesto. Entro al parque. Escojo un banco de hierro que mira hacia la rotonda. Podría ahora mismo estar allí jugando o acarreando mi chichigua. En ese tiempo no existías, todo era las notas del colegio, la colección de sellos y darme un baño frío cuuos cogidas. Me voy a acercar sin que se den cuenta, a ver si oigo lo que dicen. El le pone una mano sobre las rodillas. Ella se la quita riendo. Me acerco un poco más. La noche ha oscurecido los rincones y tú estás allí con ese hombre que te besa, que te mete la cara por el cuello, por las orejas... y comienzas a quejarte como si lloraras bajito, a respirar hondo como si te asfixiaras y se te olvida mi helado y a mí me da mucha rabia y quisiera ser grande para darle mil pescozones a ese estúpido, para matarlo. Un tropel de gente ha comenzado a importunar, cruzan a comprar taquillas para el cine, ya deben ser más de las ocho. Espero que a esta hora se te hayan pasado los gritos. Ya te habrás desahogado con tu madre poniéndome de cabrón e intransigente. Me incando sentía el roce de las piernas de tía Amalia, olorosa a limón, tan limpia siempre. Todas las tardes me llevaba al parque dejando que me alejara a una distancia prudente para encampanar el capuchino que me hizo su marido. Un golpe de viento casi me tumbAlgunos semáforos que cambian a verde. Llego a la casa. Una mezcla de cansancio y miedo me sofoca. Las luces están apagadas. Abro la puerta con cuidado. El enjambre de mosaicos amarillos y azules reluce debajo de las lamparillas del recibidor. Una baba dulce se esparce por el centro de mi cuerpo, sube en pequeños accesos hasta la garganta, dándome una sensación de ahogo. Todo está en silencio, un silencio que será definitivo dentro de poco. Acaricio el cuerpo frío de las paredes, repaso los bordes jóvenes de esta casa que todavía debo y que sólo es acogedora y tranquila cuando duermes. Hundo la mano en las telas delgadas, frescas, que se multiplican todas las mañanas hasta formar una cárcel, hasta ser sólo un eco inmenso de tu voz. La penumbra diluye los rincones y el temblequeo blanquecino de las lamparillas confunde, molesta, va molestando más a medida que me interno en la casa y la oscuridad crece, toma los lugares, devora la realidad a la que estoy acostumbrado. Las cosas han perdido su cuerpo, sus líneasa, qué bonita va la mía junto a la bandera, no puedo mirarla porque me duelen los ojos de tanto sol. Déjame no perder a tía de vista no se vaya a pasar el heladero. Allí está. ¿Quién será ese hombre que habla con ella?.Están sentados muy juntos, con las man
orporo, comienzo a caminar despacio. Salgo del parque. Paro un carro. Me siento delante, pegado a la ventana. Arrancamos dejando los árboles detrás. Frente a los portales, el parloteo de las viejas interrumpe el paso de los transeúntes. os transeúntes. , se meten unas dentro de otras formando un todo monstruoso. Oigo un quejido leve. Un terror repentino me ha varado frente a tu puerta. Pego el oído a la madera. Escucho de nuevo. Parece que te quejaras. Temo tropezar, hacer ruido. UUpezar, hacer ruido. Uestía un uniforme de kaki que no pegaba con esa cara bonachona que más bien parecía de un maestro de escuela o de un abuelo. Porque era mi abuelo. Su voz ronca fue mi primer recuerdo de infancia y sus muslos anchos, donde me dormía cada noche al ritmo de la más grande de las mecedoras de esa casa enorme y ridícula, absurda y azarosa, siempre con miedo de que apareciera la mujer chillona que nos tiraba zapatos de tacones filosos cuando no hacíamos lo que ella quería. Él, sinembargo, era distinto. Una sombra alta nimbada de amarillo, precedida por el arrastrar de sus botas largas o el chocar de las polainas en la marquesina primero, luego en la galería, hasta llegar a la parte trasera de la casa donde se tiraba en el chaise-longe de grandes flores rosadas pan temblor indecente me sacude con violencia.. Mis dedos empuñan la superficie lisa, helada... se crispan una y otra vez sin atreverse. Al fin abro. Una claridad vioie lisa, helada... se crispan una y otra vez sin atreverse. Al fin abro. Una claridad vio en las tres este constante buscar ternura que nos ha llevado a la desgracia.
Las pequeñas flores sobre la repisa me recuerdan las del jardín frontal, cuando a mediamañana echábamos de menos que se hubiera ido tan temprano a la fortaleza para no regresar sino después de las doce, cuando el sol calentaba más que nunca y nosotras rezábamos para que lloviera, pues sólo así su mujer nos dejaba comer en los calderos de la cocina sentadas en el suelo, que era el sueño de nuestras vidas de niñas hartas de vestidos de olán llenos de pasacintas donde ponían tiras de colores diferentes cada vez que nos cambiaban, a eso de las tres y media de la tarde, hora en que nos sacaban a pasear y a exhibir como muñecas. ¡ Pero qué niñas tan lindas, tan gordas, tan blancas, tanlenta lo revive todo, pone las cosas en su sitio, me hace verte de nuevo. Tu voz adormilada suena complacida en una pregunta que es afirmación -Eres tú- me dirijo a la cama desde donde me miras con arrobamiento. Hueles a limón, tan suave, tan fresca...
1roponía dura era cuando nos iban a peinar. Por la mañana y acabado de salir el General, nos sentaban en tres sillitas para dividirnos el pelo en miles de pedazos y hacernos moñitos en hileras perfectamente marcadas. Después de seccionar el pelo nos untaban c quince años, uso zapatos de tacón y mi cuerpo de guitarra se destaca dentro de un vestido de gasa negra. En la fiesta que estoy, los muchachos se agolpan alrededor de mí y los pies me duelen, pues no he parado de bailar...
Friday, June 15, 2007
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