Friday, February 15, 2013

Ese extraordinario artista que se llama Domingo Liz.




Por Jeannette Miller
In memorian

“…todo mi cuerpo, toda mi memoria contenidos por el río que corre en el Ozama…”
 José Mármol

Si miramos de forma panorámica el desarrollo del arte dominicano, podemos afirmar que Domingo Liz (Santo Domingo, 1931) es uno de los artistas más completos. Pintor, escultor, dibujante, profesor de la Escuela Nacional de Bellas Artes por más de cuatro décadas, en todos los renglones en que ha incursionado, Liz ha llevado a cabo una labor cimera creando lenguajes nuevos que han sido punto de partida para los artistas posteriores a él.

Manolo Pascual, José Gausachs, Hernández Ortega  y  Jaime Colson fueron quizás los maestros que más aportaron a su formación; una formación que en vez de atarlo a fórmulas y recursos aprendidos, soltó marras y fue capaz de edificar sus propios modos.

Declaradamente citadino, defensor de un arte que  propone que sólo a través de lo local se puede llegar a lo universal, Domingo Liz ha dedicado su vida a edificar un lenguaje que pueda referir al hombre y a la naturaleza dominicanos, sin dejar de lado el habitat, que en su producción pictórica y dibujística alcanza niveles iconográficos.

A lo largo de una carrera que prácticamente inicia a los 15 años, cuando ingresa a la Escuela Nacional de Bellas Artes en 1946, Liz ha merecido importantes distinciones, desde los premios estudiantiles de una  academia que contaba con grandes artistas como profesores,  hasta galardones en las bienales nacionales y en el Concurso de Arte E. León Jimenes. Sin lugar a dudas, el más alto reconocimiento  a  su obra, fue el Primer Premio de Escultura del Salón Esso para Artista Jóvenes (1964) en Wáshington,  lo que conllevó su participación en la posterior muestra itinerante junto a Fernando de Zsyzslo, Guillermo Trujillo y  Fernando Botero, entre otros. Pero a Domingo Liz esos logros no se le subieron a la cabeza. Permaneció en Santo Domingo dibujando, esculpiendo, dando clases; seguro de que sólo trabajando su entorno lograría un lenguaje propio y  trascendente. Y así fue.

En escultura, un equilibrio matemático sostuvo sus propuestas verticales o circulares que actuaron como ejes de su visión tridimensional. Vaciados en cemento ( Monumento a los Héroes de Constanza; Maimón y Estero Hondo, La Feria, 1966 ), metales (Zoo 1, Parque Zoológico Nacional, 1975) ocuparon espacios públicos de la ciudad presentando soluciones sumamente personales en la interpretación de los temas.

Al mismo tiempo realizaba sus “orígenes”, formas orgánicas creadas a base de concavidades y redondeces que él lograba superponiendo finas capas de madera, lo que demostraba su gran dominio del medio escultórico. Extensión y movimiento,  verticalidad y penetración,  marcaban volumetrías que referían a  las leyes de sobrevivencia.  Estas esculturas, tratadas como esencia y punto de partida de lo viviente, ganaron un lugar importante en la conformación del universo artístico dominicano.

Su pintura, inicialmente figurativa, fue caminando desde la identidad tricolor
- blanco, azul y rojo - hacia nebulosas tonales creadas por manchas rosadas, azules, amarillas, grises… que ocupaban superficies donde la figura del hombre estaba presente, pero no evidente. El manejo abstracto de un entorno  
donde el polvo, la lluvia, el viento y los desechos de la vida citadina formaban un magma que lo contenía todo, trascendía al abordamiento de temas esenciales como la guerra, la sexualidad, los poderes políticos y religiosos, y cómo impactaban en el hombre del nuevo milenio.
 
Pero fueron sus dibujos realizados sobre papel, con tinta, aguadas,  creyones y difuminaciones,  los que, casi desde los inicios del artista,  han venido registrando la vida citadina desde la perspectiva Este del río Ozama: cauce de agua que, como la vida, nunca permanece igual;  motivo de asentamiento de la ciudad de Santo Domingo y sus alrededores.

Todos los dibujos de Domingo Liz deberían llamarse Papeles del Ozama, porque nadie como él ha hecho del río y sus efectos un motivo tan completo y conmovedor de las condiciones de vida  de una parte clave de nuestra ciudad. Registros e interpretaciones de situaciones humanas y habitacionales, manifestaciones culturales y sociales que nunca alcanzaríamos a imaginar, han sido descubiertos por la grafía cuidadosa y maestra de Domingo Liz, quien define, desde los apuntes iniciales,  los  personajes del barrio donde él habita.
  
Primero fueron los niños, como si su mirada llena de misericordia pudiera, al atraparlos en el papel, sacarlos de una existencia sin futuro. Niñas agigantadas  que se tapaban la boca con manos diminutas  ocuparon las superficies de sus dibujos con vestidos estampados por viviendas, techos, trillos que morían en el río y formaban una especie de tejido, de red, de diseño basado en el habitat marginal. Los varones jugaban con la bola o montaban bicicletas recicladas, y estos elementos construían un lenguaje soportado por blanco, azul y rojo, que identificaba  al artista y al país.

Luego, las imágenes crecieron y los papeles respetaron los espacios para destacar unos rostros enormes de ojos tristes, donde resaltaba una boca silente y empequeñecida, simbolizando la incapacidad de “hablar”. Los colores se volvieron grises, rosas o algún toque amarillo, confirmando que Domingo Liz era capaz de iluminar con sólo un gesto de color el punto preciso de sus dibujos.

Más tarde, atomización de un entorno caótico, cabezas con mitras, falos  que se confundían con bombas y balas estructuraron un mundo de denuncia, sumamente actual, que definitivamente selló  su estilo.

Postcubista, naif, abstracto; nexos con Klee o con Botero; muchas han sido las interpretaciones y denominaciones para un lenguaje personal que, en constante cambio, se ha convertido en obligado referente de los asentamientos  marginales y de un drama social que no logra salida.

Viendo la evolución y el alcance de su obra  podemos afirmar que, si durante los años cuarenta y cincuenta el dibujo dominicano trabajó dos grandes tendencias: una encabezada por José Gausachs, que abría hacia la libertad abstracta para dar una versión mágica de la negritud, y otra por Jaime Colson, quien estableció un rigor académico que partía de los cánones grecolatinos para captar lo dominicano en lo racial y social; a partir de los sesenta, Domingo Liz  supo ampliar estas propuestas, proponiendo un modelo de lo dominicano a través de lo social-urbano-marginal, a lo que agregó el entorno habitacional  y una visión lírica de la escasez,  valiéndose de los recursos del cubismo y del abstraccionismo, lo que le ha permitido lograr una iconografía  distinta, actual y contemporánea que ha marcado muchos de los mejores caminos del dibujo dominicano posterior a él.

Filósofo de preocupaciones profundas. Heráclito criollo. Teórico y profeta.  Domingo Liz es un gran maestro y un lúcido testigo de su tiempo, de un tiempo donde su ojo implacable, pero también lleno de ternura, permite a sus manos construir un universo que proyecta su visión del mundo.

Al igual que los primeros profetas, Liz ha recibido el don de poder descubrir la luz en medio de una oscuridad cada vez más aniquilante, en la que, sin embargo, el artista ha sabido encontrar vertientes de dicha.

Domingo Liz ha transcurrido como el río, metamorfoseando sus visiones del mundo, de la vida y de las gentes en un permanente camino hacia lo desconocido; y de esa manera, esencialmente auténtica, ha conseguido una obra extraordinaria, que lo ubica como uno de los nombres principales en la historia del arte dominicano.

Santo Domingo, 2004






























No comments: